Los colmillos del odio

(Foto: Archivo, El Gráfico)

ZONA G 08/08/2019 08:01 Roberto G. Castañeda Actualizada 12:58
 

Creo que las mujeres de mis amigos me detestan. No todas, claro, pero la mayoría de ellas suponen que soy un terrorista de su felicidad. Ellas creen que una de las misiones que tengo en la vida es sonsacar a sus 'maridos' para irse de borrachotes. “Claro, como él no tiene perro que le ladre”, cuenta Marcos que le recriminó su vieja, “pero tú tienes hijos y esposa, así que no puedes llegar a la hora que se te dé la gana”. Seguramente dijo “no puedes llegar a la pinche hora que se te dé la chingada gana”. Yo a Marcos lo conozco desde la prepa y ha cambiado bastante, como yo, pero la diferencia es que él postergó algunos de sus proyectos, como montar un barecito y tocar su guitarra los fines de semana. Se casó con Dafne apenas salieron de la universidad. El padre de ella tenía farmacias y metió a mi amigo en el negocio. Hoy atienden cuatro farmacias, les va muy bien, pero mi amigo suspira cuando oye esa frase de Sabina que dice “acertó quien El Templo del Morbo le puso a este bar”. 

Y es que mi cuate prometió, en una de esas borracheras de chavales, que “un día tendré un bar que se llame El Templo del Morbo”. Admirador de Joaquín Sabina, Gustavo Cerati y otros, ahora se conforma con coleccionar sus discos. La guitarra la tiene abandonada porque la esposa reclama, cuando lo ve tocar, “ya estás perdiendo el tiempo otra vez”. Dafne me odia con y sin razones. Sí, las pocas veces que nos hemos visto Marcos y yo, aprovechamos para emborracharnos y charlar por horas o simplemente bromear sobre mil cosas. Y siempre lo mando a su casa envalentonado con su muletilla de “ahora sí voy a poner mi bar”. Ja. Lo malo es que cada que se va de fiesta, él inventa que anda de parranda conmigo. Y ella le cree y se llena de rencor hacia mi persona. Con razón siempre que me mira pareciera decir “pero qué cínico es este idiota”. En algo no se equivoca: soy cínico, soy idiota, soy inmaduro, soy eso y mucho más, pero al menos no estacioné mis sueños a un lado de la autopista. Ni utilizo el matrimonio o los hijos para manejar los hilos de los demás. Y sí, la mayoría de mis amigos inventan que andan en el desmadre conmigo porque les parece la coartada perfecta para ocultar sus desvaríos. Así que el rencor de sus mujeres me persigue como una mala sombra. Sí, "el colmillo de sus odios inocula amargura,/ mientras yo me recorto esta barba demoniaca/ que ellas detestan hasta en pintura./ Y aunque suelten el dardo de sus rencores,/ no ando por la vida cuidándome la espalda,/ porque este diablo no es guardián de desertores/ que luego se regresan y agachan la mirada".   

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Las mujeres de mis amigos en realidad no son de ellos. Bueno, sólo pasa que ellos usan esa inútil presentación de “mi mujer” o “mi esposa”. Y también a la inversa, ellas son felices con eso de “mi marido” o “mi hombre”. ¿Y luego se preguntan por qué no funcionan las relaciones de pareja? Es muy simple: apenas firman y aquello se convierte en un contrato con letras chiquitas que nadi lee sino hasta que se están divorciando.

La esposa de Charly nunca ha sido fanática de lo que escribo. Me odia por ser “tan mamón” y no repara en mis cualidades. “¿Y cuáles son tus cualidades?”, me preguntó un día. “Mmmm, no las recuerdo todas”, trate de salirme por la tangente. “Al contrario”, atacó Marcela, “tus defectos llenarían el Zócalo”. Ja ja. “Claro, claro. Y si votaran, harían presidente a cualquier idiota por abrumadora mayoría”, me reí a mis propias costillas. Ella se quedó seria. 

Estábamos en el cumpleaños de Max, que le organizó su novia. La mayoría iban en parejas. Yo era el único divorciado allí. En la charla, antes de que nos emborracháramos, una amiga de alguien parecía interesada en mi perspectiva sobre las relaciones amorosas, después de que comenté “hay matrimonios que acaban bien. Otros duran para siempre”. Sólo Max lo festejó. “¡Muy buena! ¡Eres un cabrón!”, y me dijo salud. Levanté mi vaso y bebí un sorbo de ron. La chica insistió: “De qué me perdí, a ver, explícame”. Mmmm, saqué la cajetilla, le ofrecí un cigarrillo y no quiso, yo me llevé un Marlboro a la boca y lo encendí. La pausa la intrigó. Volteó para ver a Max. Luego me observó a mí, hizo una mueca de desdén y se fue a destapar otra cerveza. 

Después de un rato opté por despedirme, sobre todo cuando aquella chica insistía en saber mis teorías sobre el matrimonio y sus pagarés que algún día cobrarán la factura. Nunca me han gustado las reuniones de parejas, por mucho que sean mis amigos, y menos cuando las mujeres se ponen a hablar de lo buenos que son sus maridos o la 'graduación' de los hijos en el kínder. Así que me largué a casa, a escuchar canciones que me recordaran que hay autopistas que es mejor recorrer en solitario. Como dicta Ariel Rot: “Al estilo lo llevaron detenido./ La elegancia ahora viaja en ambulancia/ y parece que el buen gusto estuviera prohibido./ Voy a encender una vela por si aún queda una esperanza./ Si las teclas en el piano se volvieron todas blancas/ y la música barata ya no para de sonar./ Si la clave de sol hoy amaneció nublada/ voy a volver a la cama y dormir hasta mañana". 

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