Al fondo del número 67 de una de las calles mejor conservadas y más bellas de la colonia Roma, en la Ciudad de México, se guarda el corazón de una fábrica. Un lugar donde la moda y las tendencias se hablan de tú con la tradición y el conocimiento ancestral de generaciones enteras de mujeres indígenas que aportan con su talento, la esencia de los productos que allí se diseñan.
Hace 10 años, cuando aún era estudiante, Dulce viajó a Yucatán y se dio cuenta del potencial artístico y productivo de las mujeres que durante siglos han aprendido desde niñas a plasmar su visión del mundo en sus bordados. Sin embargo, una cosa no habían aprendido aún, y era esa la oportunidad que ella vio para poder juntar las visiones de dos mundos femeninos, distintos pero complementarios.
Tuvieron que pasar dos años más para que Dulce Martínez de la Rosa decidiera dar el paso que definiría tanto su futuro profesional, como su forma de ver la vida. A partir de 2006, ella decidió que el diseño podía tener un esquema productivo social y justo, donde se valorara el conocimiento y el trabajo de las mujeres artesanas mexicanas. Así nació Fábrica Social, una organización que hoy produce piezas de moda que incluyen bordados realizados por mujeres de Yucatán, Guerrero, Hidalgo, Oaxaca y Chiapas, que representan la esencia de cada diseño.
trabajo justo
A lo largo de una década, Dulce ha aprendido que en el mundo del diseño —y en la vida— las posibilidades nunca se agotan. Que hay tantas maneras de ver la vida y representarla, como personas en el mundo. Pero sobre todo, que el trabajo y el comercio justo son puertas de acceso hacia una vida digna para las mujeres.
Dulce estudió diseño industrial en la UNAM, pero creía que su camino estaba más vinculado con el interiorismo, el diseño de espacios arquitectónicos. Hoy su vida está dedicada al diseño de modas, pero vinculado a algo que le importaba mucho más: un esquema social justo, de empoderamiento para todas las mujeres que trabajan en cada uno de los seis proyectos que hoy Fábrica Social tiene en cinco estados del país.
VALORA EL TALENTO
Hoy está convencida de que Fábrica Social no se trata de ayudar a la gente de escasos recursos, sino de valorar en su justa medida el trabajo, el talento y el conocimiento de las mujeres que tienen años de formación especializada y que, si bien no sabían dibujar con un lápiz ni hacer un patrón, podían plasmar arte con la aguja de su máquina de coser, cual pinceladas en un lienzo.
También se trata de valorar el trabajo de las mujeres que hacen diseño en la ciudad, de aquellas que más allá de sólo seguir las tendencias que marca el mercado de la moda, quieran crear piezas que le hablen al que las usa y también se trata de atender a ese mercado de consumo responsable que, por fortuna, cada vez toma más fuerza en México.
ATUENDOS ÚNICOS
Ropa, zapatos, accesorios, y hasta objetos decorativos son el día a día de Dulce y su equipo, pero también talleres de comercio justo donde las mismas mujeres determinan cuánto es el pago justo por su hora de trabajo, de diseño y tendencias de moda, donde las productoras conocen un poco más de los clientes para quienes están diseñando y de sus necesidades. El resultado son piezas únicas que la gente compra no para ayudar a las artesanas, sino porque se sienten atraídos por su diseño, por los bordados, por la combinación de dos miradas plasmadas en una pieza que desean integrar a su guardarropa y lucir con orgullo.
Una cosa está muy clara para Dulce y sus socias, Paola y Daniela. En Fábrica Social no se trabaja con artesanas indígenas porque sean pobres, de hecho y por fortuna, muchas hoy viven mejor gracias a este trabajo. Trabajan con ellas porque tienen un conocimiento, una técnica y una especialización de alto valor. No se trata de pagarles “mejor que otros” por sus bordados, sino de involucrarlas de manera integral en el proyecto productivo, tanto en la creación de las piezas como en la definición de su precio en el mercado, estableciendo un vínculo estrecho y más justo entre el productor, el intermediario y el consumidor.
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