EN KIEV
Ucranianos huyen para salvar a sus seres amados, tanto humanos como animales
(Foto: Agencias)
Cae la noche en Kiev y el silencio —si no es roto por algún estruendo o por las sirenas antiaéreas que llaman a todos a los refugios— es ensordecedor, de esos que preceden a la tempestad.
Hay toque de queda. El que no huyó en la mañana, cuando inició la invasión, está encerrado viendo por TV la dramática evolución de la increíble “operación militar especial” de Vladímir Putin.
Nadie duerme porque en cualquier momento pueden sonar las sirenas, y si duerme lo hace vestido, con una mochila y documentos, para salir corriendo a buscar resguardo.
En la capital, hay olor a pólvora, a quemado. Nadie aún puede creer lo que está pasando: los ucranianos se despertaron a las cinco de la mañana del jueves con el fragor de explosiones que causaron columnas de humo negro y el ruido de las sirenas antiaéreas; con ley marcial y estado de emergencia. Crece el éxodo de civiles en trenes y autos.
Miles de personas rápidamente cargaron las cajuelas de sus autos con valijas preparadas hace semanas, escapaban en pánico de la ciudad hacia el oeste y la televisión mostraba imágenes de avenidas congestionadas, en el centro de Kiev reinaba un ambiente surrealista: grandes avenidas de edificios de estilo monumental estalinistas lucían espectrales.
La mayoría de los 3 millones de habitantes no huyeron. El Metro, convertido en refugio de decenas de familias, sigue funcionando.
Vera salió a buscar un supermercado abierto con su madre, quien no oculta las lágrimas. “¿Estamos en el siglo XXI, tuvimos dos guerras mundiales y está pasando esto? Es imposible”, comenta.
(Fotos: Agencias)