Querido diario: El amor es inesperado y electrizante, como un relámpago en un cielo despejado. Te cae cuando menos lo esperas, a la vuelta de cualquier esquina, en un abrir y cerrar de ojos ¡Pum! Te cambia la vida, te trastorna, te descoloca.
Estás tranqui, por la vida, jalando y de pronto te cargan tres hectáreas de longaniza, pero de la verde esa de Toluca. Y entonces ya. Piensas en él un rato, luego todos los ratos, luego hasta en sueños y ya. Sabes que valiste riata, que te cargó el payaso.
El amor se goza, claro, pero no hay modo de salir sin moretones.
A mí Santa Claus me trajo un cabrón del que me enamoré apenas lo vi. Diez minutos después de conocerlo ya sabía que quería que me bajara los calzones y veinte minutos más ya me lo estaba dando en el baño.
Se la chupé a pelo y nomás porque tuve un poquito más de prudencia que de calentura, le puse un condón antes de cogérmelo. ¡Yo me lo di! Lo usé. Me metí su miembro y no lo solté hasta que su orgasmo y el mío se hubieran consumado.
Ya sé, querido morboso, quizá estés pensando que era un cliente. Al fin es mi chamba, pero no. ¿Cómo iba a imaginar que el morro de mis sueños húmedos, que me trajo Santa, me lo iba a llevar en formato mesero del pinche restaurante? ¡Caramba! ¿No pudiste regalarme, unos chones o un dildo? Decidiste agarrarme de tu Renata y endilgarme a mi Ulises con charola, comanda y delantal.
El caso es que, desde esa noche, cojo con él mañana, tarde y noche. Para acabarla de amolar, no tiene idea de que Lulú Petite existe y no sabe que me dedico a la putería. ¿Qué le vamos a hacer?
Así es el amor. Ni modillo. Ante la sorpresa del amor, no me queda más que anunciar que me retiro del negocio para vivir con él y para él y claro, decir que inocente palomita que te dejaste engañar… ni pedo, sigo sin novio.
Hasta el martes, Lulú Petite.