Así se divierte Lulú Petite, con un chaparrito que no todo lo tiene pequeño

Querido diario: Hoy fue semana de pitudos. Llego a la habitación y me espera un señor bajito, medio pelón y bigotito de Pedro Infante. Es tan chaparrito que, hasta yo le gano.

Como si todo, o casi todo en él, estuviera fabricado a escala. Cuerpito, bracitos, piernitas, pero ¡ah cabrón! Nomás se encueró y salió tremendo pitote.

Todo lo que la naturaleza le escatimó en altura, se lo compensó en pito. Con sus manitas tamaño comercial de Danup, trataba de controlar una riata diseñada para una toma de bomberos.

Me llevé la mano a la nuca para pensar cómo manejar semejante pieza equina. Digo, mi cuerpo no está para recibir herramientas de perforación de pozos petroleros.

Supongo que es un problema que Don Pitudo le ocurre mucho, porque cuando vio mi cara de angustia, me dijo que empezáramos y, si de plano sentía que no podía, buscaríamos otra forma.

Me pidió que le hiciera una rusa, es decir, masturbarlo con mis senos; pero al mismo tiempo, me pidió que me sentara en su cara. 

Era tan grande su aparato que, mientras lo frotaba con mis tetas, alcanzaba a llegarme a la cara y le soltaba unos lengüetazos en el glande.

Él comenzó a comerme el sexo de una manera extraordinaria. No es que estimulara mi clítoris. 

Se comía mi vulva haciéndola abrirse y la llenaba de saliva al punto de hacerla cada vez menos rígida y preparada para una penetración lubricada.

Cuando me preguntó si lo intentábamos pensé que no soportaría, que me iba a romper. Sin embargo, entró con apenas un dolor rico. 

No cabe duda que, cuando un hombre sabe trabajar el terreno, hace que las cosas más difíciles resulten posibles.

Disfruté mucho hacerle el amor. Antes de irnos, sacó de su portafolios un ejemplar de El Gráfico con una columna mía, para que se lo firmara. Le puse, “Para mi pitudo. Qué rico”.

No sé si fue autógrafo o carta de recomendación, pero él se veía complacido.

Hasta el martes, Lulú Petite