Querido diario: A Joaquín Sabina lo conocí dos veces. La primera, cuando trabajaba en la agencia del hada. Ella surtía con su ramillete de jovencísimas y amorosas meretrices las fiestas de una nutrida clientela de prósperos caballeros con apetitos románticos.
Durante una de esas noches de copas, risas, excesos, uno de los clientes exigió música de Sabina. A fiestas pagadas, las chicas vamos buscando un beso que cobrar o un capricho qué facturarle al cliente. Para ganar mejor, debemos ser inmunes a la fiesta. Aún así, casi sin darme cuenta, de pronto estaba poniendo atención a la letra: ‘¿Qué adelantas sabiendo mi nombre?, cada noche tengo uno distinto y siguiendo la voz del instinto me lanzo a buscar…’
Con esas rimas conocí (por primera vez) a Sabina. Después de escuchar algunas de sus canciones, salí de la fiesta convertida en devota sabinera. Poco a poco fui escuchando el resto de su música y enamorándome de las frases terminantes e inspiradoras de su genial repertorio.
Años después, lejos del hada y trabajando independiente, en la mar de las redes sociales, encontré al maestro Varona; músico, autor, coautor, guitarrista insurgente, compadre de Sabina y adorado por la fanaticada sabinera. Le escribí como quien pide al cielo un milagro, esperando que el rezo llegue, pero no pensando que lo respondiera. No te imaginarás qué emoción sentí cuando recibí contestación y me descubrí, charlando con él, que además del músico admirable, resultó ser el hombre más gentil, sencillo y generoso que pude haber imaginado.
En mensajes de 140 teclazos mantuvimos por Twitter comunicación intermitente. Cuando llegó a México la gira “Dos pájaros de un tiro”, tuve la suerte de conocer a Pancho Varona. Charlamos en el bar del Camino Real y, con su generosidad característica, me invitó a escucharlos esa noche. Gracias a él, minutos antes del concierto pude colarme a saludar a Serrat y al mismísimo Sabina.
Estaba aterrorizada. No es cosa de todos los días estrechar la mano de un gigante. Con ese pánico conocí (por segunda vez) a Sabina.
No escribí antes sobre esa noche porque era algo mío. Sin embargo, hace unos días, después de que un trajín de viajes me hizo imposible ir a alguno de los conciertos que dieron en el Auditorio Nacional, de última hora me pude escapar a Querétaro. Llegué justo a tiempo para escuchar los primeros acordes de aquellos 19 días y 500 noches, soñados en los noventas, reinventados hoy bajo los mismos sombreros.
Fue un concierto delicioso, para celebrar los 15 años de un disco que está entre Sargent Pepper de los Beatles y la Novena de Beethoven. Como cada vez que Sabina se para en un escenario, la entrega y la complicidad entre los de arriba y los de abajo del tablado, convirtieron la función en un encuentro íntimo y feliz.
Cuando sonaron al piano las primeras notas de “Una canción para Magdalena” y todos la cantamos a coro, me pregunté si Sabina estará consciente del valor que esa canción tiene para nosotras.
Como aquel rezo al cielo de Varona, escribir algo a Sabina es como lanzar al mar un mensaje embotellado. Puede ser que el mar lo lea, pero sería cándido pensar que lo responda. De cualquier modo, va en una botella de tequila, el agradecimiento por esa canción para nosotras.
Hace 15 años. Mientras celebrábamos con más ingenuidad que certezas el inicio de un tercer milenio, el mundo no hablaba abiertamente de la prostitución. Era un tema sórdido, un mal necesario, una razón para voltear hacia otro lado.
Poco a poco, desde muchas trincheras, hemos ido ganando espacios. En 15 años han proliferado organizaciones que nos reconocen, no como problema social, sino como trabajadoras sexuales. Se ha avanzado contra la infame trata de personas. Hace 15 años internet no era, como hoy, una herramienta para ejercer el oficio de manera independiente, libre de proxenetas e intermediarios. Con un tono más ligero y a veces pícaro o irónico, muchas “Magdalenas” nos mudamos a las redes sociales y comenzamos a hablar de nuestro oficio desde el punto de vista femenino. Se abrieron espacios como éste, para dar voz a un trabajo que se había vivido siempre a puerta cerrada.
Por eso, cuando en Querétaro, una ciudad conservadora, Sabina canta: “La más señora de todas las putas” y ocho mil gargantas responden a coro: “La más puta de todas las señoras”, es imposible que alguien como yo, pequeñísima entre esa multitud, no sienta cómo se le encoge el corazón de alegría y se le humedecen las pupilas.
Hay muchas canciones que hablan de putas, pero ¿será consciente Sabina de que escribió nuestro himno definitivo?. Ese con el que nos identificamos las que vendemos, los que nos compran y todos los que, al hacerla propia, nos cantan: ‘Con ese corazón, tan cinco estrellas, que hasta el hijo de un Dios, una vez que la vio, se fue con ella. Y nunca le cobró la Magdalena’. ¡Gracias Joaquín! ¡Gracias Maestro!
Hasta el jueves
Lulú Petite
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