Cincuenta y ocho años después, detrás de una vitrina para helados de color blanco, y dentro de un angosto negocio construido con cemento, Mario Cuellar —un hombre sonriente, de cabeza blanca por la edad, pero con cejas negras frondosas—, sigue sirviendo en copas de plástico y unicel, las mismas nieves cristalinas y los helados de crema que su padre despachaba.
Era el año de 1957 cuando "Nevería Mi Juanita", subió con un estrepitoso golpe, su cortina de metal sobre la calle Héroes de 1810. En ese entonces, el mercado viejo de Tacubaya había sido derrumbado y una nueva construcción que lleva el nombre de "Mercado de Cartagena", aparecía en el panorama.
Pedro, el padre de Mario, tenía dos locales en el primer mercado, por eso le respetaron sus espacios durante la transformación. Su negocio principal era la alfarería, pero la idea de una tienda de helados, le brotó como una chispa caliente antes de encender un fósforo.
Ni su esposa, ni sus hijos, supieron de dónde partió su decisión, pero lo apoyaron. Y al no poder traspasar el negocio de alfarería a nevería, se estableció ahí, en la calle popular donde las pollerías abundan, y donde ahora, las personas se unen en una fila con un único objetivo: probar sus nieves y helados de preparación artesanal.
A las cinco y media de la mañana, Mario llega a su establecimiento blanco — pero cubierto con los nombres de sus creaciones, cada uno en un diferente color—, saluda a La Virgen de San Juan de los Lagos que reside en la entrada del lugar sobre un altar adaptado y comienza a extraer la pulpa de las frutas que va a utilizar.
De ahí el nombre "Mi Juanita", pues sus padres le encomendaron la nevería a la virgen. Razón por la que asegura, se ha mantenido exitosa durante tantos años.
Tras moler cada ingrediente, Mario separa las mezclas y las vacía en garrafas largas de metal. Si es una nieve, les añade una ración de azúcar, y si es un helado de leche, les agrega además, una cantidad secreta de leche condensada. Luego, cierra las garrafas y las cubre de hielos combinados con sal de mar, dentro de un barril de madera.
Las garrafas son antañas, pero bastante funcionales. Por eso después de 40 minutos girando con la ayuda de un motor, las nieves o el helado, salen congelados y listos para servirse en vasos pequeños, medianos o de mayor tamaño.
Los hay de colores brillantes y algunos en tonalidades más pálidas que los otros, pero no por eso menos satisfactorios para la lengua. Los sabores son vastos y se extienden hasta los 250, pero en la nevería siempre cuentan con 33. Mango con crema, coco, de pandillas, plátano, zarzamora, nuez, pepino con chile, nescafé, aguacate, jamaica, tequila y mezcal con higo, por sólo mencionar algunos, siempre los encuentras en su local.
Yo me encontré con algunos especiales, como el de piñón blanco que deja un rastro parecido al sabor de la lechera en tu paladar, el de chocolate amargo que guarda un entrañable sabor a noches de frío acompañadas de chocolate abuelita y hasta el de algodón con malvavisco, que con un color fosforescente, resalta del montón y rememora las tardes en el bosque de Chapultepec, una elección constante entre los niños.
Pero la especialidad, por la cual llega gente de otros lugares del Distrito Federal, y se termina primero que cualquier otro del refrigerador, es el de mamey. Una nieve con un dulce y suave sabor que se deshace en tu boca y que además, refresca.
"Tengo años viniendo aquí a Mi Juanita, como unos 30 o 40 años. No pues yo vengo por la nieve que está bien rica. Me gusta la de mamey o la de nuez". Max Yañez
"Me recomendaron estas nieves y están muy buenas. Todo está bien rico, lo fresco, lo frío, el sabor.
Es natual y mi favorita es la de limón con guayaba". Edgar Alonso Vilchis Visítalos de lunes a domingo de 9:00 a.m a 7:30 p.m, en la calle Héroes de 1810 #21, colonia
Tacubaya.
Helado estrella: Mamey
huevos: 5