Cuando nos citábamos en cualquier punto del sur de la ciudad, son-riente me veía acercarme e inmediatamente después de mirar mi rostro, bajaba sus ojos hacia mis zapatos, transformando el semblante con esa seriedad que delata la lujuria.
‘D’ era el primero que admiraba el par que de la caja recién abierta, iba directo a mis pies. No es que sólo pensara en aquel hombre de barba tupida y brazos carnosos para comprarlos, sino que al ponérmelos estaba segura de que los luciría hasta el final de nuestro encuentro, algo muy satisfactorio para una mujer que quiere sacarle más provecho a la vestimenta que elige de forma especial para tal ocasión.
Le gustaba verme caminar en ellos y desnuda hacia el baño, a la cocina por un par de cervezas o a la ventana para fumar luego de haberme cogido, e iba por mí para poseerme otra vez. Con él, bien valía el costo del accesorio recién estrenado que le parecía tan obsceno.
“Déjate los zapatos”, me pedía mientras metía su mano debajo de la falda para hacer a un lado la tanga e introducir su dedo medio en mi vagina. “Déjate los zapatos”, repetía detrás de mí cuando mi ropa caía, jadeante y restregando su bragueta abultada en mis nalgas y su mano en mi pubis. Los tacones de doce centímetros elevaban mi estatura, la temperatura… Su delirio.
El primer contacto sexual que tuvimos fue a través de unas botas cafés; veíamos alcoholizados y en penumbras un concierto de Led Zeppelin junto a varios amigos en la sala de su casa y, discreto, ‘D’ acariciaba la piel bovina desgastada y tocaba su pene que imploraba salir de sus jeans. ¿Qué imaginaba? Nunca lo supe, pero mi mente volaba hacia su cuarto un piso arriba, lubricada y ganosa de revolcarnos, al tiempo que cerraba los ojos y me movía al compás de la música y su respiración.
Nunca estuve tan conectada como con él mediante esta fascinación; yo intentaba a toda costa que observara ese objeto del deseo cuando me montaba sobre su cuerpo y me sumía en su falo bien erguido.
Flexionaba una pierna para que el tacón se clavara en la cama y, así, lo invitaba a sujetar mi tobillo y pasar delicadamente a la correa con estoperoles. Lo ponía más caliente, me decía.
“Qué bonitos tus zapatos, me gustan para aretes”, es el alucín masculino cuando fantasean que nos parten en dos, que abren bien nuestras piernas y las sostienen en sus hombros a la vez que gemimos y suplicamos que no paren de meter y sacar, mientras los pies se balancean en el cielo del placer. Qué bien se enmarcaba su cara agresiva con cualquier par de zapatillas en charol rojo, de ante negro, atigradas...
Acostados en la cama, después del sexo y en plática amena, yo cruzaba mis piernas, dejando que un pie flotara con el calzado aún puesto y lo mecía infantil sobre mi rodilla; ‘D’ lo miraba, acariciaba mi muslo tenso, y como aquella noche de concierto por TV, acercaba la otra mano a su glande lustroso y pasaba su pulgar para empezar a barnizarlo con su jugo que anunciaba su siguiente excitación. Ahora, ‘D’ comenzaría a masturbarse, y yo, ante la escena, también; me venía y, de espaldas y en cuclillas, me clavaba en su pene y él acababa adentro de mí al observar mis agujas perforando el colchón.
¿Qué hace que unos tacones despierten la pasión de un hombre?
Quizás ese efecto en el trasero para lucir más paradito, en un par de piernas que se fortalecen para plantarnos frente a ellos y exclamar que somos hermosas y capaces de aplastar al mundo. Que nos arranquen el vestido, la lencería y deseen cogernos con los zapatos bien puestos y todas ardiendo.
Que nos arranquen el vestido, la lencería y deseen cogernos con los zapatos bien puestos y todas ardiendo
¿Ya las viste?
Pisando fuerte en cine y letras. Ensayo de un crimen (1955): Luis Buñuel tuvo una erótica fijación por las piernas y pies femeninos. En esta cinta enfatiza un par de tacones de ante negro.
Mujer bonita (1990): Una de las prostitutas más conocidas de Hollywood lució unas botas de reluciente charol negro que dejaba ver la porción adecuada de sus muslos entre éstas y una sexy minifalda.
Las edades de Lulú: “Deseé haber tenido un par de esos zapatos de charol para balancearme sobre sus tacones afilados, armas vulgares, y acercarme a él, penetrarle con uno de ellos, herirle y hacerle gritar, y complacerme en ello”, se lee en la novela erótica de Almudena Grandes.
@AnahitaAvesta