Tengo una amiga llamada Paty, con la que sostengo encuentros casuales una o dos veces al mes. Es bastante simple.
Como vive cerca de mi trabajo, si salgo temprano conduzco cerca de 10 minutos, me abre la puerta y nos metemos a la habitación a desestresarnos de la semana. Casi no hablamos, sólo me recibe con un simple ‘¿Cómo te fue?’ y nos quitamos la ropa. Tiene 20 años y estudia historia del arte. Hacer el amor en su cuarto siempre es una experiencia muy erótica, porque nos rodean pinturas del Renacimiento, aretes de semillas, fotografías, miles de papeles y libros inmensos.
Cuando terminamos, ahora sí nos ponemos a platicar sobre nuestro respectivo estrés.
Ella, siempre abrumada por las miles de lecturas pendientes y yo, por alguna cosa que salió mal en el trabajo.
Lo mejor de la casa de Paty, además del fabuloso sexo, es que su mamá también es lesbiana.
Mientras ella y yo estamos en su habitación viéndonos o hablando sobre nuevas lecturas podemos oír los gemidos de su madre cuando a su vez se encierra con su mujer, quien por cierto, también es bastante escandalosa. A Paty le da pena y siempre enciende música; yo sólo me río, veo al techo y me pregunto cuántas familias como esas existirán en el mundo.
La mamá de Paty, a quien llamaré Denisse, es todo lo contrario a su hija. Mientras Paty es callada, seria y fría, la otra es el alma de la fiesta, social y sin un pelo en la lengua. Es tan valemadrista que cuando la conocí, en vez de preguntarme en qué trabajaba o cómo me llamaba, me preguntó si ya habíamos comprado un dildo de doble cabeza.
En cierta ocasión, la novia en turno de la señora nos invitó a su hija y a mí a una fiesta lencha, por Polanco. Había chicas de todas las edades y la música era increíble. La mayoría de las chavas estaban entonadas y no era raro abrir una habitación y encontrarte a algunas empiernadas. Recién llegamos comenzamos a tomar y a divertirnos. Paty y yo por un lado, su madre y su mujer por otro.
Después de una hora, el alcohol cobró fuerza y terminé con las dos bailándome.
Cuando era una joven preparatoriana lidié con padres homofóbicos y una que otra novia con madres tan locas, que tenía que huir saltando por la ventana cuando llegaban de sorpresa. Incluso una vez tuve que esperar durante dos horas encerrada, literal, en un clóset a que la mamá sacara a pasear al perro, para poder salir corriendo de esa casa infernal. Ahora que las cosas son distintas y ya no tengo que escapar en chones por la ventana, puedo decir con seguridad que la vida al principio te la pone difícil pero después se vuelve tu cómplice ¿o de qué otra manera explicas mi suerte?
PD: Tras la decepción de la TBB Party (la prometedora fiesta lencha que al final se pospuso), esta semana me dediqué a dejarme llevar por el impulso. Carla (la chica que se había ido a Argentina sin despedirse) volvió y nuestra reconciliación fue todo un cliché: plática amena, besos robados y para rematar sexo salvaje, pero esta vez, sin crudas morales.