Jeremías Taylor camina por el Callejón del Mancebo. Lo hace con sigilo. Lleva en una mano una red parecida a las que se utilizan para cazar mariposas.
Tras él, agazapada, lo sigue Marimar Campirana. Es una bella rubia, de ojos azules y mirada triste. Los dos hacen hasta lo imposible por contener el aliento pues, frente a ellos se encuentra uno de los poquísimos ejemplares de una Drosophila angustinante, un raro espécimen de la familia de las moscas comunes, pero con una ligera diferencia: se sospecha que es el único insecto que no tiene sexo sólo por fines reproductivos.
En otras palabras, es una mosca que folla por placer.
Justo cuando están por atraparla, una decena de vecinos llega al Condominio Horizontal armando tremendo alboroto.
Son los mismos que, hace apenas unos minutos, salieron del Ministerio Público. Dana y Omar estaban acusados de matar al relojero, dado que los encontraron encuerados en su
cuarto. El resto, fue a denunciar a ciertos espíritus que habían entrado a sus casas para follárselos. Como las narraciones se pusieron candentes, el agente del Ministerio público acabó penetrando a su secretaria bajo el escritorio y ya nadie pudo hacer nada. O sí, los vecinos regresaron al Condominio en el peor momento. Su ruido hizo que volara la mosca. Ellos ni cuenta se dieron. No sólo porque el insecto era minúsculo sino porque con los relatos de unos y otros estaban bien calientes y lo único que querían era volver a sus casas a follar con todas las de la ley.
Quienes no estaban nada calientes eran Jeremías Taylor ni Miramar Campirana. Eran dos famosos entomólogos que llevaban años estudiando la compleja sexualidad de los insectos y, a cambio del conocimiento y la fama, también llevaban casi toda su vida sin follar.
Regresaron a casa frustrados. El ambiente del Condominio Horizontal estaba más caldeado que nunca. Los gemidos de varias parejas se escuchaban por doquier. Tal vez por eso Miramar encontró un tanto sexy el hecho de que Jeremías aventara su sombrero en lugar de colocarlo con cuidado en la percha de la pared. Como respuesta de ese movimiento inusual, ella dejó caer el agua del vaso que tenía en los labios para que escurriera sobre su cuello y llegara hasta inundar su escote. Acto seguido, se desabotonó un par de botones, para ver hasta dónde había llegado el agua. Jeremías, siempre caballeroso, sacó su pañuelo del bolsillo y se aprestó a secar la parte mojada de la mujer. Pero no alcanzaba. Así que, sin pensarlo, como si estuviera estudiando un insecto y no secando a una preciosa mujer, desabotonó por su blusa.
Marimar sintió un escalofrío cuando el pañuelo recorrió la parte no cubierta por el brassier. No lo dudó ni un instante. Llenó el vaso de agua y lo dejó caer sobre la prenda íntima, empapándola. Jeremías, junto con su espíritu científico, no tuvo más remedio que desabrochar el brassier para encontrarse con dos tetas bien paraditas. Estaban mojadas. En parte por el agua, en parte por unas minúsculas gotas de sudor. Rodeó los pezones con el pañuelo. Se extrañó por la consistencia del líquido. Extendió un dedo para recoger una gota. Miramar se estremeció cuando el dedo tocó el borde de la areola.
Jeremías probó la gota con la punta de la lengua. Le supo salada. No era sólo agua. Le gustó el sabor. Comenzó a lamer, alternadamente, las dos tetas de Miramar. Ella se dejó hacer. Cuando sintió que su cuerpo le pedía algo más, buscó la bragueta del pantalón de Jeremías. La encontró. Desabrochó el cinturón y los pantalones.
Se retorció para bajarlo. La detuvo:
—¿Qué haces? —preguntó—
—Creo que tengo derecho a probar. Tú ya sabes cuál es mi sabor—
A Jeremías el argumento le sonó razonable. Así que la ayudó a bajarle el pantalón. Marimar se hincó frente a él. El miembro del científico palpitaba.
Ella sacó la lengua y, muy lentamente, lamió la punta. No pudo identificar el sabor. Así que volvió a probar. Las lamidas se fueron haciendo más extensas.
Desde la base del pene hasta la punta. Jeremías respiraba agitado.
—Me parece que ya debe quedarte claro el sabor —dijo cuando Marimar había metido su miembro en la boca.
Ella asintió, sin dejar de chupar.
Jeremías la veía hacia abajo. Su miembro entrando y saliendo de la boca de esa bella mujer mientras los ojos azules de ella brillaban de una forma que nunca había visto. En ese momento pasó frente a él, en su misma cocina, un ejemplar del insecto que había buscado durante tanto tiempo.
Es el único insecto que no tiene sexo sólo por fines reproductivos; es una mosca que folla por placer.