Fue un enamoramiento fugaz, con una tensión sexual increíble, tanto que hasta me hacía sonreír a solas, pero aunque yo iba con todo, ella ya tiene a su persona favorita
La mentira de esta semana fue épica. Comenzamos a salir y nos gustamos de inmediato.
Me fascinaba su cabello larguísimo y muy claro. Su perforación en la nariz, su manía de dejarse el pelo suelto unos minutos para volvérselo a amarrar en un juego infinito.
Su celular no dejaba de brillar para anunciarle que tenía mensajes que exigían ser leídos. Tenía las uñas pintadas y ojos negros como mi alma.
En realidad, todo fue muy rápido. Nos encontramos en una fiesta y resultó ser una antigua compañera de secundaria.
¡Vaya que el tiempo pasa rápido! La recordaba con el cabello quebrado, siempre agarrado en una cola de caballo, flaca y de piel muy clara.
Ahora la conocía de nuevo. Era una chica brasileña de 21 años muy curvilínea y que se mordía los labios cuando te miraba. La primera vez que salimos las horas pasaron rapidísimo. Sí, aunque suene a cliché.
Llegamos a un pub en la colonia Roma y tomamos unas cuantas cervezas. Las dos no dejábamos de tocarnos el cabello. Yo, por nervios. Ella, supongo que porque es estúpidamente sensual. Después de que nos aburrimos de las cervezas, fuimos a una mezcalería en Insurgentes.
Cuando llegamos, el lugar era el tradicional escenario hípster, esa noche no nos besamos, pero sus ojos y los míos no dejaban de pedirlo.
La pensé todas las noches hasta quedarme dormida. Fue el enamoramiento más fugaz de toda la historia. Siempre he sido muy celosa de mi vida, de lo que hago por las noches, de las chicas a las que conozco, de mi trabajo o de mis hobbies, pero ella tenía una forma de preguntar las cosas que simplemente no podía negarle las respuestas. Un día estuve a punto de contarle mis secretos, miedos y todo lo que soy. ¡Qué mierda!
Al día siguiente, nos vimos de nuevo. Fuimos al cine y nuevamente a la Roma, a un barecito en la calle de Medellín que cierra hasta las cinco de la mañana, es acogedor y siempre tiene mesas disponibles.
La mitad del tiempo hablamos de tonterías, la otra mitad nos veíamos embobadas. Yo le lancé una advertencia: No iba a soportar más tiempo sin poder besarla. Pasó lo inevitable. Salimos a fumar y por alguna razón la abracé. Sus labios quedaron a la altura de los míos y no pude evitar casi aventarme a ella. Ella me tomó de la cintura y yo le puse las manos en su cuello. Le enterré un poco las uñas en su nuca y ella suspiró.
Me separé un poco para verla a los ojos y antes de que pudiera alzar la mirada, ahora ella era la que me sujetaba. Me besó y me mordió los labios riquísimo. Después me dio un beso rápido en el cuello y me susurró cosas en portugués al oído.
Justo cuando me empezaba a acostumbrar a sus labios, ya eran las tres de la madrugada y era hora de irnos. No pensé en el sexo ni en que quería invitarla a pasar la noche tan rápido. Así de grave era la situación.
Me fui con estrellas paseándose alrededor de mi cabeza, parecía caricatura. Era ridículo cómo me sentía. No eran besos como de cualquier noche o de cualquier fiesta. Había una tensión sexual increíble, de esa que te eriza la piel sólo al tocarse los dedos.
Cuando llegamos a nuestras respectivas casas, me dijo que sintió exactamente lo mismo y que no podía esperar para verme de nuevo. Había un ‘click’ entre las dos y no me interesaba en absoluto encontrar el motivo, sólo quería más de ella.
Confieso que en lo más recóndito de la madrugada me caché pensando en que esta aventura no la quería para un rato, pasarla bien y después escribir sobre ella para que quedara en la memoria de una columna semanal.
Al día siguiente, amanecí sonriendo, besé a mis gatos y canté durante todo el camino al trabajo. Prendí la computadora y quise ver su perfil en Facebook. Quería verla y sonreír estúpidamente de nuevo. En lugar de sonreír, me puse a reír histérica.
Las carcajadas atravesaron el pasillo y hasta provocaron miradas curiosas entre los cubículos. Me dolió el estómago y luego el orgullo. Después de la risa escandalosa me crucé de brazos y sonreí por fin, pero con una sonrisa diferente, de esa que haces mientras niegas con la cabeza.
Ahí, en la pantalla, estaba su perfil y como primera publicación tenía una colección de fotos con su novia de hace año y medio. El último comentario me dio diabetes: “Te amo, gracias por estos dos años juntas, piojito. Te amaré siempre! Eres mi persona favorita!”.
¡Qué mierda, de nuevo soy la otra!