Era el 18 de diciembre de 2015, el último día de clases antes de las vacaciones de Navidad, y Karla Paoli Rodríguez, de 14 años, se preparó como todas las mañanas para ir a la secundaria donde cursaba el tercer año. Se vistió con el pantalón deportivo azul celeste y franjas grises de su escuela “Tierra y Libertad”, en el municipio de San Salvador Atenco, tomó un desayuno y, con la mochila al hombro, salió de la casa junto con su mamá y su hermanito, este último un par de años más chico y estudiante en el mismo plantel.
Fueron en auto, todo era normal, recuerda la madre, Marisol Torres. Quizá lo único extraordinario fue que Karla olvidó su celular en casa. Ambos niños se despidieron de la mamá y entraron al plantel. Ahora se sabe que casi al entrar, Karla Paoli dijo sentirse mal y pidió permiso para regresar a su casa. A la hora del receso, el hermanito, si bien era muy apegado a Karla, salió al patio a jugar con sus compañeros. No la vio, pero tampoco le extrañó no hacerlo. De la ausencia de Karla no se enteraron ni el niño ni los padres sino hasta la hora de la salida.
A la angustia de no saber dónde se encuentra su hija, qué le pasó, si se fue de forma voluntaria o alguien le ha hecho algo, se suma el tener que presionar hasta el cansancio para que las autoridades la busquen. José Eric Rodríguez, padre de Karla, inmediatamente trató de levantar una denuncia, ya que su hija es menor de edad. Sin embargo, los agentes en San Salvador Atenco se negaron, dijeron que tendrían que pasar 72 horas antes de hacerlo.
La familia no esperó. Los padres comenzaron a tapizar las calles de San Salvador Atenco con la fotografía de Karla Paoli: 14 años, 1. 58 metros, complexión robusta, tez morena clara, cabello castaño lacio, nariz achatada, labios delgados; señas particulares, ninguna. Dieron un número telefónico particular.
Recorrieron las calles de San Salvador Atenco, buscándola. Para las seis de la tarde se trasladaron a Nezahualcoyótl, donde Karla tiene una amiga de su escuela anterior. La amiga no sabía nada. Para las 9, 10 de la noche, llegaron exhaustos a casa. Fue ahí que recibieron la primera llamada telefónica. “Las llamadas no fueron tan agresivas: ‘Tenemos a tu hija, ya sabes de lo que se trata”, recuerda José Eric Rodríguez, y después el agresor exigió una suma que la familia no podía conseguir.
Con esta información, los padres acudieron de nuevo a la procuraduría mexiquense. Ahí los agentes tomaron los datos y dijeron que no creían que se tratara de un secuestro. En todo caso, podría ser una llamada de extorsión. Sin embargo, ahora, con el elemento de la llamada, dijeron que no podrían levantar la alerta Amber, por si de verdad se trataba de un secuestro.
Con el tema del secuestro, la alerta Amber no se emitió sino hasta mediados de marzo de 2016, casi tres meses después de que la adolescente desapareciera. Sobre las investigaciones, ha sido todo errático, poco asertivo y, por supuesto, sin frutos. Por ejemplo, se pidió investigar el teléfono móvil de Karla. Las autoridades tramitaron la sábana de llamadas a partir de la fecha en la que Karla desapareció. Ello a sabiendas de que la adolescente no se lo había llevado y éste había permanecido inactivo. En cambio, no se tramitó la información del celular antes de la desaparición, lo que podría arrojar indicios o pistas.
Para los padres todo ha tenido que ser a partir de muchas reuniones con fiscales, agentes, organizaciones civiles. Sólo así han podido impulsar que se active la alerta, que se investiguen las sábanas de llamadas, que se indague sobre el presunto secuestro. Pero los días se acumulan y al hermanito de Karla todavía se le salen las lágrimas al pensar que ella no está en casa, y nadie sabe dónde se encuentra.