Le dimos unos besotes por unos tragos

Sexo 06/04/2016 05:00 Srita. Velázquez Actualizada 05:05
 

Es curioso cómo a los hombres les intriga tanto ver a una pareja de chicas en un bar heterosexual.  

Esta semana se me ocurrió ir con una chica con la que salgo a menudo al lugar habitual de los oficinistas que salen ansiosos y sedientos de mojitos.

El sitio no estaba a reventar, pero sí limitaba el camino a la barra, que por cierto estaba abarrotado de hombres con tragos en mano y mujeres tomándose selfies infinitas.

Los tragos circulaban con rapidez y las carcajadas comenzaban a agarrar vuelo. El ambiente era festivo y romántico de cierta manera, excepto por la típica música de fiesta universitaria: Panteón Rococó, Plastilina Mosh, Café Tacvba…

Con ella sólo tengo una cosa en común: el sexo y la fiesta. Fuera de la cama y sin alcohol en la sangre nuestra plática se ve dominada por silencios incómodos y nuestros temas de conversación son efímeros y repetitivos.  Si vamos a comer, hacemos justo eso… comer y ya. 

En la cama es otra cosa. Me encanta tocarla y nos entendemos perfecto. Nunca he tenido que decirle qué hacer o cómo hacerlo. Siempre terminamos con las sábanas en el suelo,  exhaustas, con las piernas entrelazadas  y abrazadas al filo de la madrugada, aunque al día siguiente, ya con el sol pegándonos en la cara, todo vuelve a ser una cruda realidad de silencios.

Cuando encontramos un lugar cómodo junto a la barra, comenzó el juego. Un mojito… dos mojitos… una cerveza… otro mojito… Un par de hors más tarde habíamos superado el silencio aburrido y hablábamos de nuestras experiencias con hombres, con mujeres, tríos y demás.

Nos miramos con falso amor y comenzamos a sentir ese calor propio de la borrachera. Justo en ese momento, un hombre de camisa y con aire de conquista se acercó y con toda la seguridad del mundo nos preguntó nuestro nombre.  En medio de la nube alcohólica, se lo dijimos. 

El tipo estaba inmensamente feliz porque había recibido la tanda. La escena era cómica. Él brindando por la tanda e invitándonos mojitos y ella tocándome la espalda baja con insistencia.

No pasó mucho tiempo para que nos pidiera un beso triple. Yo no tenía problema, pero dudé que ella pensara lo mismo. Cuando volteé a verla, ella me sonrió. No sólo estaba de acuerdo, ella quería hacerlo también.  

Terminamos besándonos entre los tres constantemente. Primero él y ella, luego ella y yo. Comenzamos a jugar: antes de tomar shots de tequila, ella le compartía un limón con la boca, luego se volteaba y con los labios aún húmedos me besaba a mí. Había mucha tensión sexual en el aire.

Las cosas se calentaron y llegó la inevitable pregunta: “¿Te quedas en mi casa?”. El tipo escuchó y nos miraba con la seguridad de alguien que se sabe invitado. Mientras él pagaba la cuenta y el lugar comenzaba a vaciarse, ella tenía ojos para mí y yo sólo para ella. Como las ridículas que somos hasta comenzamos a decirnos “mi amor”.  

Pedimos un Uber y el tipo llegó de nuevo. Se puso  su chaleco de ‘mirrey’ y ella y yo intercambiamos miradas. No tuvimos que hablar. Nos acercamos a él y le dimos el tradicional abrazo de peda: “Un gusto…” . Antes de que pudiera decir: —Oigan pero… —bajamos los escalones y nos metimos al auto que ya esperaba.  

Al llegar a su casa me quitó instantáneamente la ropa y yo le quité la suya. Mientras me desprendía de los pantalones no podía dejar de pensar en el pobre tipo que pagó la cuenta y en las falsas esperanzas que le dimos…. En verdad me sentí mal… Ajá, sí, claro.

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