La bestia brasileña

La roja 06/05/2016 05:00 Ricardo Ham Actualizada 05:05
 

La intensa luz golpeó directamente el rostro de Thiago, el ceño fruncido no era suficiente para evitar  la molestia  en sus ojos. 

Pese a que la mirada no podía mantenerse fija en un solo punto, su memoria no tenía mayor problema para recrear cada uno de esos días especiales y sanguinarios, sus recuerdos fluían como un chorro de agua luego de ser interrogado. Era imposible evitar esa sonrisa que se dibuja al recordar los momentos de goce, no tenía que hacer mucho esfuerzo, toda esa atrocidad vivía fresca en su mente, estaba acostumbrado a cerrar los ojos y recordar, disfrutar nuevamente los momentos y comenzar nuevamente la búsqueda del nuevo instante que se sumara a la larga lista de recuerdos. 

Pero los gritos lo regresaban a la realidad, la poderosa voz del policía lo obligaba a volver al presente, nuevamente trató de abrir los ojos pero esa luz se lo impedía, el instinto lo llevaba a  intentar cubrir sus ojos con la mano, pero las esposas de acero que lo tenían inmovilizado se lo impidieron. La grabadora que tiene enfrente suma horas de interrogatorio, el policía ha perdido la capacidad de asombro: mujeres, indigentes homosexuales, la suma llega las tres decenas y aún faltan más; las historias de Thiago Henrique Gomes da Rocha dejarían incrédula a la sociedad brasileña que descubría al peor asesino en serie.

Pensar en asesinos en serie es imaginar personas de primer mundo, maduras con un tipo de víctima preferido, sin embargo, el caso de la Bestia Brasileña rompe con el molde. Thiago Enrique fue capturado apenas con 26 años de edad, sin un modus operandi ni víctima predilecta, pues lo mismo se ensañaba con travestis, personas en situación de calle y mujeres jóvenes, fijando en 34 la cifra de homicidios.

Pese a que su primera víctima se trató de una joven mujer que recibió un impacto de bala en el pecho, pronto cambió de interés y optó por hombres, mujeres y homosexuales por igual. Fueron 16 mujeres y 18 hombres para ser exactos, algunos atacados con armas de fuego y otros con navajas, sin que se tenga registro de haber pasado por una tortura o violación previa.

Los crímenes iniciaron en 2011 y se prolongaron durante tres años, antes de empezar con los homicidios, Thiago trabajaba como guardia de seguridad, algo común entre los asesinos seriales latinoamericanos. 

Pero la distracción en el robo de una placa de motocicleta fue el error que condujo a la policía en dirección del asesino en serie. Sin oponer mayor resistencia inició la confesión de más de 30 homicidios perpetrados en un periodo menor a los tres años, según sus interrogadores, la frialdad y goce con que narraba cada mínimo detalle de los ataques impresionó al más duro de los policías. 

Thiago Henrique insistió mucho en que atacaba por una fuerza superior que le ayudaba a sacar todo el odio, rencor y ansiedad que sentía. De acuerdo a declaraciones del abogado del homicida serial, éste último le confesó que su arrepentimiento  lo ha llevado a buscar en varios momentos el suicidio, por lo que ha solicitado no continuar con el juicio sin antes tener una valoración y ayuda psicológica.

 

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