El sexo es curativo

ZONA G 28/07/2016 03:00 Lulú Petite Actualizada 03:00
 

Querido diario: Miguel sufre de migrañas. Tiene un trabajo de mucho estrés. Desvelos, desmañanadas, reuniones, pleitos, licitaciones,   investigaciones, desarrollos ¿ya dije reuniones? y un montón de cosas que hacen de su rutina un cuento de nunca acabar. 

Generalmente llega a su oficina a las ocho de la mañana y sale… bueno, sale a la hora que puede. Una buena decisión le puede asegurar una ganancia jugosa, un error lo puede dejar en la calle.  Vive en la cuerda floja. Su trabajo tiene muy buenas ganancias, pero no es grato y se le nota.

Hay mucha gente que le admira y le reconoce, siempre con los ojos de muchas personas sobre él y, claro, siempre con el riesgo de caerse y partirse toda la mandarina en gajos.

Ese estilo de vida, el cuerpo lo resiente. Desde hace varios años, Miguel toma antidepresivos: una pastilla en la noche y otra con el desayuno, que le sirven para mantener la calma y no caer en neurosis. Para conciliar el sueño, diez gotitas de clonazepam en un vasito con agua, en la mañana otra pastillita para espantar el sueño y una taza de café, como le duele el estómago con tanta madre que se toma, bebe un potente antiácidos después de desayunar y antes de dormir, toma pastillitas Tums como si fueran caramelos y, claro, para la migraña, si es leve, Sedalmerk, si es mediana, Excedrin y si de plano está del nabo, Ketorolaco sublingual. A veces, algunas inyecciones contra el mareo fuerte y siempre Dramamine a la mano, para el mareo leve. Siempre tiene algunos antibióticos guardados y a la mano, por cualquier emergencia; aspirinas, omeprazol, paracetamol y naproxeno son parte de su dieta medicinal regular, como la sal o las servilletas en la alacena de cualquier persona normal.

La bronca es que Miguel tiene 40 años y está perfectamente sano, pero es un hipocondriaco irremediable. Todos sus males nacen en su tatema y están derivados del estrés. Cuando se va a hacer análisis y revisiones de rutina siempre sale bien de todo, pero igual vive como si fuera un botiquín andante. Nunca ha tenido una cirugía, pero se mete tantas medicinas, que le digo que eso, a la larga, le puede hacer daño.

—No Lulys, a la larga no, a todo menos a la larga —me responde bromeando para cambiar la conversación antes de tomar mi mano y jalarme hacia él para robarme un beso.

Sus labios tiernos recorrieron mi cuello y fueron bajando por mis pechos. Desató su cinturón de cuero negro y en un dos por tres estábamos rodando por la cama ansiosos por devorarnos.

Podía sentir el punto más caliente de su pene, empujando sobre mi vagina con bríos. Estiré el brazo. Le alcancé un condón. Se arrodilló en el colchón y, mientras se ponía el preservativo, admiré su pecho, sus hombros y  sus brazos. Es un hombre atractivo, cuando mucho, le sobra un poco de panza o le falta un poco de ejercicio (cuestión de enfoques), pero es muy cachondo y sabe hacer el amor.

Lo suyo son los besos. Su boca siempre sabe a menta y besa tan bien que logra siempre hacer que me caliente. Nunca se precipita. No es de los que de inmediato se la sacan y la meten, el preámbulo, las caricias correctas, los labios bien usados, su aroma, su boca fresca, algo en él lo convierte en un magnífico amante.

—Cógeme ya, le pedí gimiendo.

Sin más preámbulos se colocó encima. Yo abrí las piernas y recibí su miembro hirviente. Me penetró y fue como sentirme llena, sentir su hombría ocupándome me provocó escalofríos. Sus manos rodearon mis muñecas y me estiró los brazos sobre la cabeza, plantándose en la cama. Su lengua paseó por mi cuello y desembocó en mis pezones, que se erigían ávidos, sensibles y trepidantes. Lo sentí entrar una y mil veces. Su respiración agitada se mezclaba con mis gemidos. Nuestros cuerpos se empaparon de sudor y se frotaron hasta generar un calor divinamente asfixiante.

—Házmelo de perrito,  le pedí mordiéndome los labios.

Me lo metió a cuatro patas y me hizo delirar con sus embestidas. Plantó un pie en el colchón y su pene entró más en mí. Mis tetas temblaron entre sus dedos, que se   clavaron en mi piel cuando no pudo aguantar más. Me asió fuertemente por la cadera, se inclinó hacia adelante y gruñó en mi nuca, mientras se chorreaba enterito. 

Cuando está muy estresado, Miguel me llama. Coger lo pone bien. Si las pastillas no curan su hipocondría, un buen orgasmo lo libera de sus demonios. Te digo que todos sus males están en su tatema. Nomás se libera del estrés y se pone a coger y se olvida de todo lo que le duele o le va a doler. Después del sexo se acuesta tranquilo, tranquilo y cierra los ojos. Yo me doy una ducha, me visto y, para cuando me voy, él ya duerme como un oso.

Salgo sin hacer ruido, apago la luz después de verlo tumbado en la cama, completamente desnudo, con su enorme pene ya en reposo, con ronquidos leves y una mueca parecida a una sonrisa en los labios. Siempre lo he dicho, no hay mejor medicina que una buena cogida. 

Un beso

Lulú Petite

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