Subir a un ring a luchar profesionalmente es una enorme responsabilidad, un gran compromiso y también una indescriptible experiencia, pues nos acompañan la pasión, el nerviosismo y los deseos de ganar.
Un profesional sube consciente de que estará frente a un público que ha pagado un boleto para ver un digno espectáculo, técnica, buena lucha libre y obviamente para divertirse.
Créanme que subir a luchar en mano a mano es un gran reto, pues a diferencia de una lucha de parejas o de relevos australianos de 3 contra 3, no habrá un compañero que te de el relevo y te ayude a romper un castigo.
En cierto que quien te da ánimos, indiscutiblemente, es el aficionado que corea “¡Santo, Santo, Santo!”, el que aplaude y grita “¡sí se puede, sí se puede!”, pero la presencia de un second en este tipo de encuentros es fundamental, porque al estar fuera del ring observa todo lo que está sucediendo y gracias a su experiencia te apoya con sus indicaciones.
Es tal su importancia, que gracias a un second, puedes perder o ganar una lucha. Y lo digo con conocimiento de causa, ya que en una o dos ocasiones perdí por la intervención ilegal del que era mi auxiliar.
Sin embargo, en muchos de los encuentros de apuesta que he tenido a lo largo de mi carrera, los gané por el apoyo y consejos de un second, como sucedió en aquella sangrienta lucha de máscaras contra Kato Kung Lee.
Esa noche, en Tijuana, cuando inició la lucha, el Caballero 2000 (hoy Damián 666), era mi second, pero en ese tiempo él no tenía la suficiente experiencia para apoyarme en un compromiso tan difícil y en la primera caída fui presa fácil para mi rival.
Al dar inicio la segunda caída todo indicaba que podía perder en dos al hilo, pero un hombre de enorme experiencia, que miraba la lucha desde la puerta del vestidor, estaba tan angustiado que corrió al cuadrilátero y le pidió al Caballero 2000 la toalla. Era nada más y nada menos que don Pedro “El Perro” Aguayo.
En ese tiempo éramos compañeros en el bando técnico y él había subido en la lucha en la semifinal. Cuando yo estaba tendido en la lona, con el rostro ensangrentado y lo vi en mi esquina, percibí una enorme seguridad en mí y me sentí protegido.
El Perro me gritaba: “¡Saca la casta Santo, saca la casta!” y entonces sucedió algo muy singular; sus gritos fueron como una inyección de adrenalina que lograron ponerme en pie y me fui con todo contra Kato, a quien logré sorprender y dominar.
Aguayo no cesaba de gritar: “¡Tus rodillazos, dale rodillazos! ¡Tope, tope! ¡La de A caballo, la de a Caballo!” y yo iba siguiendo al pie de la letra sus consejos, hasta que logré derrotarl a mi rival en esa segunda caída y también gané la tercera.
En muchos de estos encuentros yo he necesitado ver a mi papá en mi esquina, para sentirme seguro y no dudo, que aquella noche frente a Kato, mi padre me envío al Perro Aguayo al ring para apoyarme.
Por esa razón estaré el próximo domingo 16 de abril como second de mi hijo Santo Jr., en lo que será el primer mano a mano de su joven carrera, nada menos que contra el experimentado y espectacular Laredo Kid, en una función que se realizará en Denver, Colorado, organizada por la empresa IWC Lucha Libre.
A pesar de que no estará en juego nada en especial, más que su orgullo, sé que es importante para mi hijo que yo esté en su esquina esa noche. Y ahora que tengo la oportunidad y puedo estar apoyándolo, claro que lo haré con enorme gusto.
Antes de despedirme los dejo con una bella frase que tome de la película del “Rey León”, la cual compartí con mi hijo.
“El tiempo de un soberano asciende y desciende como el sol. Algún día Santo Jr., el sol se pondrá en mi reinado y saldrá contigo siendo el nuevo rey”.
Nos leemos la próxima semana, para que hablemos sin máscaras.