Tú no eres su familia... es lo único que escucha Clemente mientras es empujado, lejos del amor de su vida.
Cinco años atrás llegó a la Ciudad de México desde Mérida, Yucatán a abrirse paso. Con apenas 24 años, tenía muchos sueños y muchos anhelos por cumplir.
Su familia lo había desheredado desde que salió del clóset y con trabajitos, por aquí y por allá, terminó la carrera de diseñador gráfico.
Fue ahí en la agencia de publicidad que era propiedad de Ernesto donde consiguió su primera chamba. Con el tiempo y la convivencia, se fueron enamorando. Ernesto era un poco mayor, pero no les importó y se fueron a vivir juntos.
Por ser un joven sin crédito ni estabilidad económica, a Clemente le fue difícil conseguir algunas cosas por sí mismo. Ernesto compró un auto para él, pero lo puso a su nombre. El condominio donde vivían, estaba a nombre de Ernesto, pero lo pagaban los dos. Amueblaron ambos con sus respectivos gastos y fueron dándose algunos lujos, como pantallas gigantes de plasma o equipos de sonido de alta fidelidad.
Eran tan felices que nunca pensaron en el futuro. "Lo tuyo es mío y lo mío es tuyo", se decían entre beso y beso.
Clemente comenzó a ser un elemento muy importante en la agencia, que de algún modo se convirtió en el Vicepresidente de la misma, pero nada oficial. Era la pareja del dueño y en ausencia de éste, él podía tomar decisiones y dar órdenes.
Nunca se les ocurrió "darlo de alta" como socio. ¿Para qué? Si somos pareja y nos amamos.
Ernesto tuvo que viajar a Morelia a ver a un cliente y a pesar de los ruegos de Clemente en acompañarlo, decidió ir solo y dejarlo a cargo del negocio, total iba y regresaba el mismo día.
La noticia fue impactante, un autobús había aventado el auto de Ernesto fuera de la carretera, y éste estaba internado de urgencia en la Cruz roja. Clemente quería que a las llantas de su coche le salieran alas. Tenía mucho miedo. Las manos frías. El estómago revuelto. El diagnóstico era muy triste. A consecuencia de los golpes, Ernesto tenía la cadera y costillas destrozadas, pero lo peor es que había quedado en estado de coma.
Le hablaba, le acariciaba la cara, la frente, los ojos: "Te vas a poner bien, ya lo verás y nos vamos a ir de viaje", le decía Clemente.
La madre y dos hermanos de Ernesto irrumpieron horas después en el hospital. Las miradas de poca consideración a Clemente lo hicieron retirarse por unos momentos de la habitación.
"Hay que trasladarlo a un particular", espetó la madre. Clemente dijo que ellos nunca habían comprado un seguro de gastos médicos y que pues, tenía que consultarlo con el contador de la agencia para arreglar los trámites.
"No te estoy pidiendo tu opinión", le dijo la arrogante madre.
Entre dimes y diretes y al paso de las horas, una enfermera les dio la noticia de que Ernesto acababa de fallecer.
El mundo se vino abajo para Clemente. “No, no puede ser. Mi amigo, mi amor, mi pareja, mi todo, no”. Corrió a su lado y al querer abrazarlo escuchó: "Tú no eres su familia".
Claro que sí, es mi pareja, es mi compañero de vida. Ernesto no pudo hablar antes de morir, no pudo explicar detalles de pertenencias, propiedades y para quién eran. Nunca hizo testamento.
Las leyes de convivencia protegen y dan un lugar, pero sin documentos que certifiquen traspaso de bienes no se puede proceder.
Clemente fue despojado de todo lo que junto con Ernesto construyó. Está en la calle, no tiene a donde ir. El departamento ha sido vaciado por la familia de Ernesto, y sólo le han permitido sacar sus cosas muy personales, pero nada de los muebles y ni aparatos ni nada que compraron juntos. La agencia ha sido cerrada y se acabó el negocio. Vaya, ni el coche se pudo llevar.
No tiene familia, no tiene donde vivir, no tiene a su amado Ernesto para enfrentar la vida juntos. No tiene nada. No pudo ir al funeral.
Camina con la mirada vacía, va pateando piedritas y se sienta en una banqueta a llorar.