¿Has escuchado o recuerdas que los maestros castigaban a sus alumnos obligándolos a sentarse en un rincón con orejas de burro o un cono en la cabeza? Es sorprendente, pero aún abundan profesores y padres que usan la humillación y la vergüenza para ejercer la disciplina.
Para darnos una idea de los niveles que puede alcanzar esta “estrategia disciplinaria”, aquí hay algunas situaciones reportadas en periódicos, internet y revistas:
En un video viral en YouTube, se ve a un niño de diez años a quien su padrastro golpea en castigo por algo que hizo. Es fácil imaginar el dolor emocional del niño, además del físico, ante la humillación pública sufrida.
Los padres de una jovencita de 13 años la obligaron a estar parada en la esquina de dos calles muy transitadas, tras haber robado la tarjeta de crédito de su mamá. La chica tenía colgado un letrero que decía: “Le robé a mi familia”. A muchos esta noticia nos puede estremecer y recordarnos situaciones de humillación y vergüenza vividas en el pasado.
“Ya comiste suficiente, recuerda que tienes un problema de obesidad”, le dijo su madre a Beatriz en voz alta, en una comida familiar donde también estaban algunos amigos de la joven. La mamá puso la disciplina por encima del amor y el cuidado.
Los casos aquí expuestos son extremos, pero hay formas más sutiles de ejercer la disciplina a través de la humillación. Por ejemplo, regañar a los hijos cuando están con sus amigos, negarle a una hija una rebanada de pastel cuando sus primas y amigos comen pastel, recordarle a un hijo frente a sus compañeros de equipo que falló el gol en el partido de futbol. Por fortuna, esta forma de actuar no es la regla. Sin embargo, algunos padres pasan por alto el hecho de que sus hijos merecen respeto, que no es necesario humillarlos para ejercer la disciplina y que la vergüenza experimentada puede afectar su autoestima.
Consecuencias de “educar” a través de la vergüenza:
Sensación de abuso emocional, ridículo o aislamiento intenso en los niños, quienes llegan a cargar con este sentimiento toda la vida.
Sensación de no ser “suficientemente buenos” como personas, aun de adultos.
Comportamiento abusivo y cruel hacia sí mismos y hacia los demás de la misma manera en que sus padres lo hicieron con ellos.
Fuerte rechazo hacia sí mismos. Cuando se equivocan, tienden a juzgarse duramente y se dicen cosas como: “¡Pero cómo puedo ser tan tonto!, “No puedo hacer nada bien” “Por eso nadie me quiere”.
Aprendizaje de que la violencia (verbal, psicológica, emocional, física) es una estrategia aceptable para resolver conflictos o para obtener lo que uno desea de otros.
Incremento del uso de la violencia en la sociedad. El castigo físico y por medio de la humillación es una forma ineficaz de establecer disciplina.
Destrucción de la confianza en sí mismos.
Sentimiento de abandono, inseguridad y tristeza. Terminan viendo a la sociedad y la gente como una amenaza.
Creación de una barrera para la comunicación entre padres e hijos. Daño a los lazos emocionales y la confianza entre ellos.
Asociación del amor con la violencia: “Si quien me ama también me maltrata, es normal que el maltrato y el amor estén presentes en mis relaciones afectivas”.
Enojo en los niños y jóvenes, en algunos incluso el deseo de huir de casa.
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