Es don René pilar del CCH

Al día 19/09/2017 05:00 Tanya Guerrero Actualizada 05:00
 

Su historia se entrelaza con la de una escuela que en su momento derribó paradigmas y construyó una nueva forma de pensar, la misma que desde hace cuatro décadas ha fortalecido la autonomía de cada uno de los estudiantes que han pasado por esos salones.

“El Colegio ha sido mi vida. He reído, he llorado y he vivido desde el espíritu del aula”, dice un René Nájera Corvera confiado y con los ojos centelleantes al momento de recordar su primer día de clases.

La generación de maestros que fundaron el Colegio de Ciencias y Humanidades venía del movimiento de 1968 y veía a la educación como la única forma de transformar al país. Antes de ésto, la juventud era un rumor enmarcado por el sometimiento y la docilidad. Obediencia que quedó atrás después de la organización de la comunidad universitaria y cuya herencia, hoy, aun se vive en esta escuela.

Crecer junto al CCH Vallejo, plantel que abrió sus puertas el 12 de abril de 1971, le dio la satisfacción a René de saber que los mejores momentos de su juventud quedaron enraizados en el corazón de los jóvenes, quienes encontraron en este lugar un segundo hogar, en donde por sobre todas las cosas, se respiraba libertad.

Esa mañana de abril, desde la glorieta Potrero, junto a Insurgentes, llegaban a pie alumnos y maestros que con sus pasos escribieron la historia.

A las siete en punto de la mañana y frente a 700 personas expectantes, se abrió por primera vez la reja endeble para dejar ver tres edificios rodeados de un llano seco y sin árboles, que, en palabras de René, “reverdeció con nosotros”.

El muchacho, egresado de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, de la carrera de Letras, tenía los 23 años cumplidos y la emoción corriendo por sus venas. En las puertas, letreros hechos a mano indicaban el grupo que estaba adentro. 54 rostros lo esperaban ilusionados en el salón: “gente asombrada, pero contenta, que tenía la oportunidad de hacer un bachillerato”.

Una foto tomada en 1973 muestra a un hombre altivo y galante, el cual observa a un alumno absorto en la lectura. Ese hombre es René, quien desde el primer día que alguien lo llamó “maestro” se entregó a esta vocación.

60 alumnos, 15 grupos, 33 horas de clase y cuatro turnos, eran los números que, para él consolidaban un proyecto institucional. 

Todos los días, René llega puntual al salón, donde da las mejores batallas.

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