"Chivito al precipicio" Por Lulú Petite

Era viernes, en la noche, a pesar del enésimo frente frío del año el clima era agradable y yo estaba en Guadalajara cenando unos taquitos de camarón...

Lulú Petite
Viral 29/10/2013 05:10 Lulú Petite Actualizada 20:04
 

Querido Diario:

Era viernes, en la noche, a pesar del enésimo frente frío del año el clima era agradable y yo estaba en Guadalajara cenando unos taquitos de camarón. En la tele, el Morelia le iba ganando uno a cero a las Chivas. Algunas personas veían el partido pero la mayoría estaban pendientes de su merienda y conversaciones, ajenos a la pésima temporada futbolera del equipo local.

En unas mesas cenaban quienes terminaban una semana de trabajo consintiendo el apetito, en otras, los que empezaban la fiesta poniendo algo en el estómago, para que el alcohol de la madrugada se topara algo sólido con qué hacer la cruda menos fulminante.

Le quedaban pocos minutos al partido. Los comentaristas criticaban la situación del equipo tapatío en una temporada terrible. No sólo porque estaban de sotaneros, posición que no va con su alcurnia futbolera, sino porque, para acabarla de amolar, las águilas, con el superliderato, no sólo se creen bicampeonas por adelantado, sino se sienten la franquicia salvadora en la pesadilla mundialista de la selección mexicana. Nada le pega al orgullo chiva como el éxito americanista.

Estaba terminando de cenar cuando un grito de -¡Gooooooooool!- me pegó un buen susto:

Era casi el minuto noventa. Ciertamente a un empate en esas condiciones hay poco que celebrarle, pero igual los goles emocionan y sacar un punto donde se estaban perdiendo tres, endulza la fatalidad.

Volteé a ver al chavo que había gritado y sus amigos se burlaban de él por haber sacado el cobre con ese alarido, después de todo, estando al fondo de la tabla y con un raquítico empate de última hora, el ánimo no debería estar para celebrar, pero ni modo, a veces la camiseta puede más que la dignidad.

No pude evitar sonreír cuando nuestras miradas se cruzaron. Era un chavo flaquito, de entre veinticinco y treinta años. Estaba con otros dos amigos y se veía que estaban por empezar la fiesta. Tenía ojos bonitos, sonrisa dulce y carita de buena persona. Supongo que interpretó mi sonrisa como un coqueteo. Me pareció tierno.

Algo le dijeron sus amigos que se animó a acercarse e invitarme a seguir la fiesta con ellos. Se veían divertidos y buena onda, pero yo a Guadalajara fui a trabajar, no de parranda, así que agradecí la invitación y pedí mi cuenta.

Estaba a punto de dar por terminado el día en la perla tapatía y regresarme al Distrito Federal, cuando sonó el teléfono. Era un cliente que ya estaba en el motel y quería mi compañía. Estaba bien para cerrar la jornada laboral, así que pasé al baño para lavarme los dientes. Cuando regresé, la cuenta había sido pagada por los muchachos de la otra mesa que me habían dejado el nombre del antro en el que estarían escrito en una servilleta. Me pareció una buena manera de insistir sin ser molestos, probablemente en otra circunstancia y con una amiga a quién llamar, les habría seguido el juego y habría caído en el antro a ver qué onda, pero el deber llamaba.

El motel me quedaba cerca, así que no tardé más que diez minutos en llegar. Pasé a la villa donde me estaba esperando el cliente, subí las escaleras y me encontré con la puerta de la habitación abierta. De todos modos llamé, una nunca sabe lo que puede encontrar tras una puerta abierta si no avisas que has llegado. Él se acercó y me invitó a pasar.

Era un señor de unos cincuenta años, bajito, de mirada pacífica, una calva respetable y sonrisa decorosa. Me preguntó si quería algo de tomar, él estaba tomando ron con agua mineral. Abrí una botellita de agua pura y con eso me di por satisfecha.

Se acercó y, rodeándome la cintura con sus brazos, me dio un beso. Empezó como un encuentro tímido de nuestros labios, pero subió de temperatura cuando puso sus manos en mis nalgas y comenzó a apretarlas.

Estuvimos fajando hasta que nos metimos a la cama. Entre besos y caricias nos fuimos desnudando, todo iba bien, pero ya al momento de comenzar la parte importante de la cita, aquellito no se le paraba. Trató con todas sus fuerzas de conseguir una erección, pero no pudo. Ni modo, a veces pasa. Después de un rato de tratar por todos los métodos, de plano se dio por vencido, se acomodó para un masaje y nos pusimos a platicar.

Salí del motel ya con todo listo para volver a México. Avancé por las calles de Guadalajara, por fin libres de tráfico, después de un día en que habían estado a vuelta de rueda. Tomé rumbo a la salida al Distrito Federal. En una avenida me detuvo la luz roja de un semáforo. Miré a mi derecha y allí estaba, el antro donde los chavos de la taquería me habían escrito que estarían.

En la puerta, como si la casualidad se hubiera empecinado en hacernos coincidir, estaba el chavo que festejó el gol de las chivas, con su mirada tierna y su sonrisa encantadora. Me saludó desde la banqueta e hizo una seña con la mano para llamarme, como invitándome a entrar. Tal vez pensó que por eso estaba allí, que había aceptado la invitación. De cualquier forma, cuando el semáforo cambió a verde, le lancé un beso, le dije adiós con la mano y seguí mi camino de regreso a casa.

Hasta el jueves

Lulú Petite

 

 

Google News - Elgrafico
Temas Relacionados
Lulú Petite

Comentarios