"La llamada" Por Lulú Petite

Le dio el último trago a su vodka antes de acercarse a darme un beso...

Lulú Petite
Viral 31/10/2013 05:10 Lulú Petite Actualizada 06:00
 

Querido Diario:

Le dio el último trago a su vodka antes de acercarse a darme un beso. Sus labios, fríos por los hielos en el vaso, recuperaban su temperatura conforme el sabor del licor era sustituido por el de nuestras bocas. Era un hombre guapo, más de cuarenta años, en buena forma, fuera de una incipiente pancita, que todavía se disimula razonablemente bajo la ropa.

-Te voy a encuerar- le dije desabrochando el primer botón de su camisa.

Conforme desnudé su pecho, fui dejando besitos ligeros, cariñosos y juguetones, que nos ponían a tono. Como vi que le gustaba, me detuve un rato en sus pezones, convirtiendo los besos en muy leves mordiditas en sus tetillas, él aullaba de placer y me pedía seguir.

Cuando me desnudé se quedó mirando mi cuerpo. Luego me tomó por la cintura y, pegándose a mí, me besó efusivamente. Su miembro entonces comenzó a hincharse, cuando alcanzó la plenitud, su erección era tremenda, una cosa larga, gruesa, venosa, pero muy apetecible que se blandía frente a mí, rozándome unos momentos los muslos, otros el abdomen, mientras me besaba con esa prisa que provoca el deseo.

Sus manos, juguetonas, se movían por todo mi cuerpo, provocando placer, buscando reacciones, hundiendo sus dedos en mis contornos y curvas, aferrándose a mi cintura, buscando mis nalgas. Los besos entonces comenzaron a caminar. De la boca se mudaron a mi cuello, siguieron por las orejas a los hombros, a los brazos, a los senos. Con su boca en mis pezones me provocó tremendo placer.

Era mi turno. Lo empujé a la cama y, recostado boca arriba, me llevé su sexo a los labios. Con las manos en sus muslos, repartía besos en su abdomen, en el tronco del pene, en su glande, luego me lo metía todo en la boca, le paseaba la lengua por los costados, succionaba. Supongo que le gustaba porque sentía su miembro palpitar en mis labios y él me pedía, entre gemidos, que siguiera, que no parara.

Me pidió entonces que hiciéramos un sesenta y nueve. Se recostó de costado, yo hice lo mismo dejando mis muslos cerca de su cara. Lo hizo bien, mientras yo se la chupaba, él me tomó de las nalgas y apretándolas un poco, acercó mi sexo a su boca, con su lengua recorrió despacio la parte interna de mis muslos, sus dedos se clavaron un poco más en mis nalgas, poniendo mis labios vaginales perfectamente abiertos, como un durazno partido en dos, frente a la boca de aquel hombre que se abría paso en lo más estrecho de mi intimidad.

Estuvo lamiendo un buen rato, paseando su lengua con suavidad sobre las formas de mi cuerpo, acariciando mi piel con sus manos, sujetándome a veces con fuerza, otras con tremenda delicadeza, cambiando sutilmente ritmo, intensidad, movimientos. Le pedí entonces que me cogiera.

Poco a poco me la fue metiendo hasta que la tuve toda dentro. Entonces rodee su cuello con mis brazos, cerré los ojos y, sonriendo, le di un beso. Él comenzó a moverse. ¡Caramba! Qué rico cogía.

Después del amor, como es costumbre, vino la conversación. Por la época en la que estamos comenzamos a platicar sobre el día de muertos. Le dije que me encantan las historias de fantasmas.

-¿Tú crees en ellos?- Le pregunté. Por unos momentos se quedó callado. Entonces respiró profundo, volteó y mirándome a los ojos con una firmeza que no le había visto, comenzó a contarme una historia:

-Aquella noche- me dijo –mi esposa Rocío y yo nos acostamos como de costumbre. Ella se durmió rápidamente pero yo no tenía sueño. Generalmente apenas pongo la cabeza en la almohada y me pierdo, sin embargo esa noche no podía, de modo que cuando empezaron a escucharse arañazos en la puerta de la cocina, me levanté. Supuse que era Napoleón, nuestro perro, que se habría salido accidentalmente al jardín y no podía regresar a casa.

Cuando bajé vi que no había nada raro, Napoleón, que estaba adentro, me siguió hasta la cocina y comenzó a ladrar y gruñirle al cristal de la puerta.

El ruido de los arañazos y ladridos despertaron a Rocío. Cuando bajó a ver qué pasaba, sonó el teléfono. Era Joaquín, mi hermano. Me pareció de lo más extraño que llamara a esa hora, además no se entendía muy bien lo que decía, la interferencia era mucha. Me explicó que venía en carretera, que mañana cuando llegara me buscaría y mandó saludos a toda la familia. Después se cortó la llamada. Al poco rato pudimos conciliar el sueño.

En la mañana, muy temprano, recibimos otra llamada, era Julieta, la esposa de Joaquín. Con las lágrimas entorpeciéndole el habla me explicó que mi hermano estaba muerto. Tuvo un accidente carretero dos horas antes de la hora en que recibimos su llamada-

Después de contar su historia se quedó callado y yo sentí un escalofrío que apenas alivié acurrucándome de nuevo en sus brazos.

Una hermosa tradición mexicana, saber que nuestros seres queridos no se van nunca y, por ello, celebrarlos. Que tengas un espléndido día de muertos.

Un beso

Lulú Petite

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