Cuando Adrián abre la tapa de este carrito, la nostalgia se escapa. La gente que viene a esta esquina, busca saborear su niñez, sentir que Santa María la Ribera sigue siendo el barrio pequeño, de cuando saliendo de la escuela un helado de colores con chispitas, la hacía sonreír.
Así de simple es la pasión que este heladero transmite. Un hombre que al jalar los hilos de esta tradición heredó el oficio de su padre, quien vendió en este mismo lugar cinco décadas.
De ver cómo su papá tallaba las frutas con leche y agua, Adrián aprendió a preparar deliciosos sabores, así, a la antigüita. “En una tina, sobre hielo y se va moviendo”, dice feliz el poblano, quien llegó de esas tierras hace 20 años.
En este carrito, que él mismo construyó, han desfilado nieves y helados sabor aguacate, queso, guacamole, limón, zanahoria, pepino, grosella, mamey, vainilla y naranja.
Y como Adrián dice que la gente sí se da cuenta cuando el helado está hecho a mano, él sigue fiel a su tradición. “Las personas se van contentas. Cuando les gusta el sabor, me alegra”.
