Querido diario: Cuando lo besé, tenía en la boca un ligero regusto a whisky. Hacía mucho que no lo veía, y estaba tan ganoso que, apenas abrió la puerta, me recibió con una secuencia de besos húmedos mientras me arrastraba a la habitación del motel a paso torpe.
Yo iba en reversa y con los ojos cerrados, y como, aún con tacones, soy más bajita que él, debía alzar un poco la cara para lamerle los labios, pero lo hice con gusto hasta que la parte de atrás de mis rodillas dio con el borde de la cama.
Aterricé sentada y sonreí, abandonando mi bolsa sobre el edredón para llevar mis manos hasta los botones de su camisa. Sucumbieron todos a la magia de mis dedos, de manera que los besos que antes le daba en la boca pronto le aterrizaron en la línea del abdomen y un poquito más abajo.
—Eres buena —me elogió él con la voz ronca, arrastrando las palabras ligeramente y ganándose el rubor en mis mejillas.
—Todavía no te hago nada —le dije con aire divertido mientras le desabrochaba el cinturón—. Espera y verás.
La erección quedó expuesta a la altura de mi cara. Me metí un condón a la boca y la abrí para comerme la punta primero, con un chupetón largo se lo fui colocando por el tallo. Calientes al tacto, lo amasé tan solo un instante antes de poner mi mano a trabajar jalándosela lentamente mientras se la chupaba con cadencia. Mi compañero usó sus manos para apartarme el pelo de la cara cuando me aventuré a tragarme su miembro hasta el fondo, con las uñas enterradas en sus caderas, pero me di cuenta que disfrutó cada centímetro que logré meter hasta mi garganta por la manera en la que palpitaba su erección contra mi lengua.
Cuando me la saqué con una queja ahogada, chorreaba saliva tanto como yo chorreaba flujo contra mi lencería empapada. Luego de eso se le hizo sencillo follarme la cara, con un puño cerrado en mi pelo mientras yo tragaba obediente y él jadeaba con los labios entreabiertos. Apenas me di cuenta cuando me levantó en vilo y me dio la vuelta sobre la cama.
Gemí con los ojos cerrados mientras me quitaba la lencería por los tobillos y la lanzaba al piso. Después de pasear la punta de su miembro por entre mis labios vaginales, ahora se asomaba en mi entrada despacio, casi tímido si no fuera porque me tenía con el culo al aire, después de subirme el vestido hasta la cintura, provocándome un escalofrío cuando el aire me dio contra el sexo mojado.
Apoyada en los codos sobre la cama, me arqueé ligeramente y gemí apenas él se empujó de lleno hasta adentro. Se ayudó con una mano apretándome el hombro, que mantuvo mientras embestía contra mis caderas apasionadamente. Era maravillosa la sensación de estar tan llena, ahora su miembro ocupaba un espacio preciso e importante en mi interior. A su paso se me fueron debilitando las piernas, excitadas por la fricción y los golpes sucesivos y firmes de su pene que me llegaban hasta lo más profundo.
Empezó a quemarme cuando él me cogió por el pelo y dio un tirón hacia atrás, obligándome a alzar la cabeza, y su otra mano me bajó por el monte de Venus hasta toparse con mi clítoris encendido y extremadamente sensible.
—Nos vemos pronto— dijo cuando nos despedimos en el estacionamiento. Así dice siempre Daniel, aunque realmente llame una o dos veces al año, siempre para coger con el mismo entusiasmo, siempre cachondo. Me cae bien. Ojalá, ahora sí, llame pronto.
Hasta el martes, Lulú Petite