La negación está presente de manera constante en nuestras vidas. Algunos la utilizan para hacer frente a los problemas que enfrentan. Un hombre con problemas cardíacos niega que se siente mal, esto lo lleva a enfrentar estas posibles consecuencias: un ataque al corazón, una cirugía, incluso la muerte. Una madre y esposa se niega a admitir que está bajo demasiado estrés, aunque todas las personas a su alrededor notan su irritabilidad, tensión y acelere. Una negación favorita es rehusarse a atender un asunto psicológico o emocional en un grupo de autoayuda o con terapeuta.
La negación es un mecanismo de defensa. Es una respuesta natural para protegernos del dolor y de las situaciones difíciles de encarar. A veces negar un hecho es la primera reacción de muchas personas: “No, esto no está sucediendo” o “No, aquí no pasa nada”. Incluso cuando admitimos lo sucedido, tendemos a negar la gravedad del asunto: “No fue tan terrible”.
Utilizamos la negación para mantener una imagen y la ilusión de perfección: “No, yo no cometí ese error”. Y también usamos la negación para huir de la responsabilidad de nuestras acciones. Al negar, por ejemplo, que la relación de pareja es dañina, lo que negamos en realidad son las emociones que experimentamos en la relación. Así, usamos la negación para esconder la vergüenza, la culpa, el miedo o el estrés. Una forma común de negar las emociones es minimizándolas o dando explicaciones de lo que sentimos.
Crecer en la negación. Desde niños aprendemos a negar, pues escuchamos que no está bien expresar nuestros sentimientos: “No llores”. Así aprendemos a descartar nuestro dolor y enojo. Siendo adultos decimos que no estamos enojados, desilusionados o heridos cuando en realidad lo estamos, y nuestros gestos, tono de voz y movimientos nos delatan. Nos decimos a nosotros mismos que algo no es importante (por ejemplo, haber sido rechazados) cuando en realidad lo es. Tratamos de convencernos de que algunas cosas, como el maltrato constante por parte de nuestra pareja, no ocurre.
Si en la niñez y la adolescencia pasamos años repitiendo este tipo de conductas, lo natural es seguir haciéndolo de adultos , aunque lo hagamos de manera inconsciente. Si tiendes a la negación, la alternativa para dejar de negar la realidad, tus sentimientos y los problemas es la aceptación.
Observa tu tendencia a negar. Con honestidad, nota cuándo estás justificando, minimizando o postergando algo. Estas tres son formas comunes de negar lo que se tiene que enfrentar.
Acepta la situación. Un buen comienzo es la aceptación, incluso si decides, por el momento, no actuar. Puedes reconocer que no sabes qué hacer, y está bien reconocerlo. Muchas veces nos sentimos rebasados por la situación y las emociones relacionadas con ésta.
Acepta tus emociones. Reconoce cómo te sientes. Seguramente no será diferente a como se siente la mayoría de las personas que enfrentan algo parecido: confundido, abrumado, triste, dolido, enojado, incapaz. Negar cómo te sientes no va a hacer que las emociones desaparezcan, sólo empeora las cosas. Con toda honestidad, acepta tus sentimientos y, si quieres ir un paso más allá, coméntalos con alguien de tu confianza, o escribe acerca de ellos.