Su gran cualidad es famosa en toda la empresa. Así como conversa en las juntas exponiendo nuevos proyectos, el uso de su boca es ejemplar en otras áreas. Sobre todo en la femeninas.
Everardo no es guapo, pero tiene verbo. Ya varias compañeras se dejaron hechizar por su forma de cortejar; sin embargo, de lo que se habla entre ellas no es precisamente de cómo las conquista: su máxima aptitud es haciendo sexo oral de primera calidad.
No hace falta que las lleve a la cama; el jefe de piso, gallardo y seguro de sí mismo, puede quedar con su cita en turno e incitarla en cualquier rincón en donde les agarre la pasión.
Silvia les contó al siguiente día a sus compañeras que fue en el estacionamiento de la oficina. “Bajando de la escalera eléctrica, me fue arrinconando poco a poco como yendo hacia el coche, pero nos desviamos y llegamos a una bodeguita”.
Allí, a las 11 de la noche, sin que nadie pudiera interrumpir, la confinó audaz mientras le besaba el cuello y deslizaba la mano por sus piernas: “Nos van a cachar”, advertía Silvia jadeando y riendo de nervios.
Everardo no hacía caso porque ya se había extraviado entre los muslos cubiertos de seda color miel, a la que se le corrió un hilo de tanto escarceo. Él aprovechó la fisura y con el dedo rasgó las pantimedias.
El tirón fue el detonante para la emulsión sexual de la incauta mujer, que de inmediato Everardo notó cuando su mano se estacionó en su núcleo. Silvia abrió las piernas y dejó que él actuara con toda libertad.
Sus yemas iniciaron el consentimiento, mientras salivaba por lo que estaba a punto de saborear. Ella también. Así que él descendió desde los labios, viajado por entre sus pechos hasta llegar a su falda, que fue levantando sin parar de observar su rostro.
Bajó lo que quedaba de las medias en conjunto con sus bragas y puso la yema del pulgar en ese punto estratégico donde se fragua todo lo que tiene que ver la extasiante explosión femenil.
Oprimió magistralmente sin dejar de mirarla. Sus reacciones confirmaban que era un experto. Y al sentir las pulsaciones del pequeño interruptor, colocó la punta de su lengua.
Silvia se afianzaba a la pared a la vez que arqueaba la cabeza. Su emoción fue una suerte de asombro y placer, mientras que Everardo jugueteaba entre el follaje de su pubis, y chupaba y lamía gozoso.
Recorrió su carne aún más jugosa al tiempo que apretaba sus glúteos impulsándola hacia su cara. Para él siempre es un manjar. Para ellas, el paraíso.
Después, su habilidosa lengua aparcó en su vulva y la hundió para luego volver a su clítoris y viceversa, y así duró varios minutos. Silvia se sostenía de los hombros de su amante estrujando la camisa y sus piernas temblaban inconmensurablemente.
Entonces, explotó. Y Everardo sonrió aún con su boca en esa vagina que parecía que iba a reventar. Se puso en pie, ella le limpió los labios y se besaron apasionadamente.
“Luego, se bajó el cierre y terminamos tirados haciéndolo sobre unas cajas”, concluyó Silvia tan sonrojada como su carne inferior después de ese oral maravilloso.