Querido diario: Era una verdadera maravilla, la sensación caliente y ajustada de tenerlo adentro de mí mientras nos besábamos en todo el centro de la cama. Samuel se encontraba detrás de mí, de rodillas así como yo, y sus manos grandes me tenían sujeta por la cintura.
Yo, con el rostro echado hacia atrás para encontrarme con su boca, sonreí en el momento en el que sentí cómo se iba moviendo con los dedos hacia mis costillas.
Ya sabía yo lo que se venía, y lo anticipé con ansias al arquearme contra su pecho. Me tocó deshacerme entre estremecimientos y suspiros en lo que me arropó las tetas con las manos, y se me tensó el vientre con una nueva y rápida oleada de calor. El placer se me aposentó en el clítoris, que me palpitaba furioso.
—Así es corazón —escuché que él me decía cuando por fin despegué el torso de su cuerpo. Yo me estiré y sonreí aún más todavía, bien soportada en mis codos mientras las manos de mi acompañante pasaban de mis tetas hacia la carne de mis caderas.
Se hundió con los dedos ahí para impulsarme hacia su pelvis, primero con una ronda de embestidas lentas que me puso a suspirar por esa satisfacción a fuego bajo que se iba cocinando en mis piernas. Me asomé por arriba de mi hombro para verlo en pleno movimiento, mordiéndome el labio inferior mientras anticipaba el cambio total de ritmo.
Tal y como esperaba con todas mis ganas, ese fue su punto de apoyo para comenzar a darme por atrás con todo el ímpetu de sus caderas. Se me desataron los gemidos y nos llenaron de ruido la habitación, si yo estaba completamente traspasada por el grosor de su miembro, y el roce caliente que hacía en mi vagina.
Era una sensación de llenura abrasante en la pelvis que simplemente no tenía comparación. Se me cerraban cada vez que él me llegaba hasta al fondo.
Quedé jadeando, erizada y vibrante de necesidad cuando se salió de mí con una brusquedad casi frustrante. No voy a mentir: me encantaba ese cosquilleo del orgasmo a medio cocer, porque me sentía hambrienta de algo que solo él podía darme. Y sí que me lo iba a dar, pensé con una sonrisa amplia, viéndolo bajar de la cama para darle la vuelta a la habitación. Se aposentó en el borde de las sábanas justo frente a mí, así que fue cuestión de gatear hasta él para encontrarnos en ese extremo.
Le coloqué una mano en el pecho mientras nos besábamos despacio, él inclinado hacia mí y yo, todavía a gatas y sosteniéndome en alto con un puño sobre la cama. Mis dedos no tardaron en ocuparse en sus testículos. Se los amasé cuidadosamente para ganarme ese jadeo de placer que soltó, al cual yo respondí con una sonrisa ancha.
Luego me hice con el tronco de su erección, repleta de mi flujo y mucho más gorda que antes. Cerré los dedos en un anillo cerca de la base, sellando el abrazo del preservativo que finalizaba ahí, y con dedicación me afané a chuparle la punta. De a poco fui abriendo la boca cada vez más: mi intención era comérmelo entero.
Hasta el jueves, Lulú Petite