Querido diario: Tranquila, me dijo al oído, desencadenando un hilo de escalofríos a lo largo de mi columna vertebral. Lo que él no sabía era que lejos estaba yo de sentir algo que no fuera simple necesidad de que me cogieran duro. Mi piel se estremecía de ganas.
—Estoy tranquila —murmuré. Ahora, después de apenas unos minutos, por fin sentía la presión del nudo que él estaba atando en la parte de atrás de mi cabeza. Entre la calentura del toqueteo y nuestros cuerpos desnudos, él había tenido el atino de pedirme que le permitiera vendarme los ojos.
—Quiero que me cuentes si te gustó después —me dijo, con una caricia persuasiva a lo largo de mi clavícula a la que no pude resistirme. Le dije que sí sin vacilar. Era un placer descubrir que en este hombre, uno de sus puntos erógenos residía en el oído. Mi acompañante se excitaba a través de la palabra.
Quedé a ciegas, pues, con los labios entreabiertos y el pecho agitado gracias a la tremenda erección que me rozaba el trasero. Yo misma la había forrado con un preservativo, y ahora podía imaginármela palpitando contra la piel de mis nalgas. Luego de cegarme, él bajó las manos hasta mis tetas, mientras se encargaba de cubrir mi cuello con besos húmedos.
El primer gemido se me escapó en ese instante, cuando me vi dispuesta a ladear la cabeza hacia un lado para darle más espacio entre mi hombro y mi mandíbula. Él tenía razón: la pérdida de un sentido me había agudizado tremendamente los otros. O tal vez era el hecho de tenerlo tan cerca de estar dentro de mí, pero lo cierto es que cada giro que daban sus dedos sobre mis pezones me quemaba de una manera particularmente intensa entre las piernas. Casi nueva. Me encontré frotándome desesperada contra él, levantando mi retaguardia lo suficiente como para incitarlo a tomarme.
Un grito ahogado de victoria exhaló mi garganta cuando por fin él se dignó a inclinarme hacia adelante. Mi espalda se arqueó, primero en entrega y luego a causa del placer abrasador que me pobló las piernas de un cosquilleo fantástico. La primera penetración de su miembro entre lo estrecho de mis paredes vaginales fue todo lo deliciosa y caliente que esperaba. Bajé la cabeza, presa del ardor en mis caderas al verse invadidas y expandidas para acogerlo.
El calor de la fricción me subió y me bajó por el cuerpo, mi entrepierna rebosante de los jugos que nuestra unión producía. A cada estocada contra mis puntos débiles, se me salía un gemido involuntario que yo no tenía intención alguna de frenar. Casi por instinto, intenté asomarme para espiar los movimientos de su cuerpo en acción contra mi retaguardia, pero solté un resoplido frustrado ante la barrera de la venda, lo que logró excitarme más.
De pronto, hundió sus dedos en mi cadera y me la metió hasta el fondo de una estocada, fue como si me hubiera inyectado el placer. Aún ciega por la venda, vi luces que explotaron en mi cerebro, cuando un orgasmo trepidante, recorrió cada célula de mi cuerpo enloqueciendo mi espina dorsal. No pude evitar gritar. El me la siguió metiendo hasta que se vino. Qué rico es que te cojan a ciegas.
Hasta el jueves, Lulú Petite