Si alguna vez has mirado de reojo el andar de la gente, aquella bicicleta sin fatiga, las mañanas y las tardes, las nubes taciturnas, el transcurrir del tiempo, entonces sabrás de lo que hablo.
Si alguna vez has mirado de reojo las oportunidades que se te escapan, el aletear de algunos ángeles, el dolor que nos acecha, la felicidad de los niños, las sonrisas cotidianas, quizá no te hayas dado cuenta de que tenemos la maldita costumbre de estar concentrados en las cosas más triviales. A mí suele pasarme con demasiada frecuencia que estoy sentado en algún parque, fumando como si esperara a que tramiten mi obituario, mirando de reojo y pensando en nimiedades. Y veo pasar fugaces a los enamorados. Y también a los perros vagabundos, a los escolapios, a la mujer de mi vida. Mirando de reojo apenas he visto pasar el raudo andar del tiempo, los caprichos del destino, mis peores momentos, las ruedas de mi pasado, la avalancha del olvido. Sí, creo que por no distraerme he dejado pasar demasiadas veces al amor de mi vida: a veces en jeans, otras en minifalda, con sus Converse y hasta en zapatillas. Mirando de reojo y por no concentrarme, he visto pasar un desfile de maravillas: aquella mujer de cintura breve, la chava de hoyuelos en las mejillas, la chica que sonreía como los amaneceres, la guapa de ojos verdes, aquella hermosura de cabello corto, ese monumento al deseo, la que caminaba como si tuviera alas. Tantas y tantas mujeres que he dejado pasar sin que me atreviera a mirarlas a los ojos, sin intentar que su sonrisa se congraciara con la mía, nomás por estar distraído o pensando en tanta pendejada de esas que nos quitan el tiempo y hasta el sueño. Sí, debo reconocerlo, he desperdiciado demasiadas horas mirando de reojo la vida.
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Cuando miras de reojo, a veces por timidez y casi siempre por distraíd@, se te escapan los momentos memorables, los atardeceres cálidos, las noches luminosas y los caminos más emotivos. Cuando miras de reojo, agobiado por las deudas o acechado por tus miedos, te estás perdiendo las mejores cosas, los momentos climáticos. Siempre ha sucedido. Y sería bueno que a estas alturas nos dejáramos de tonterías, que despertáramos con entusiasmo y saliéramos a la calle como si estuviéramos de vacaciones: con las manos en los bolsillos, mirando de frente a nuestros semejantes, sonriéndole a los transeúntes, brincando como niños que quieren alcanzar las ramas de los árboles. Sí, estaría genial que desde ahora mismo nos diéramos chance de correr como escolapios en el recreo, que acariciáramos a ese perro vagabundo, que no sentáramos en la banqueta y saludáramos a los ciclistas igual que si fueran los mensajeros de nuestro destino. Sería estupendo que dejáramos de mirar de reojo a las chicas que caminan por la acera y gritarles con la mirada que no hemos vista a nadie tan guapa. Y por qué no, invitar a alguna de ellas a comer un helado, a caminar sin prisas, a platicar de los asuntos más triviales o de los libros que debería leer. Quien quita y en una de esas hasta se convierte en la mujer de tus sueños, esa que tantas veces sólo has visto pasar cuando miras de reojo el transcurrir de la vida.
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Yo soy de esos que han perdido demasiado tiempo mirando de reojo. Y así se me han escurrido los días, unos tras otro, hasta formar una pila de despojos. Sí, yo soy de esos que han mirado de reojo como se vestía una mujer después de salir de mi cama. Y me perdí el horizonte de su belleza a contraluz, el rubor de sus mejillas, el perfil de sus alas, la silueta perfecta de sus senos. Yo soy de esos tontos que espiaban de reojo las manías de las mujeres que han estado a mi lado: aquella que no me dejó heridas, la chica que intentó amarme, la que se cansó de mis rutinas, la que huyó a tiempo, esa que pretendía cambiarme, la que no alcanzó a quererme, la que me desterró al olvido, también aquella que maldijo mi nombre y, por supuesto, la que siempre me miraba de reojo los defectos. Yo soy de esos que, como el poeta Édel Juárez, ya no quiere mirar de reojo. No, yo “no quiero morir con el costillar completo,/ ni con las manos mudas de tanto callar te quieros,/ pero no quiero vivir con la sonrisa beata/ del que nunca supo amar sin tomar venganza”. Porque me he cansado de no saborear las mejores cosas, de no mirar a la cara, de no contemplar la curvas de una mujer imperfecta, de no alegrarme con las miradas buenas y los pasos gigantes de los que persiguen sueños y horizontes. Yo soy de los que miraban de reojo, hasta ahora. Yo soy de los que ya no quieren, no ya no, que se me agote el tiempo mientras la vida pasa rauda frente a mis ojos que miran de reojo y con desconfianza. “Yo soy de los que van a ninguna parte,/ de los que al sentir amor saben que han llegado./ Vengo de dónde me leen, no de dónde me nombran./ Estoy buscando, lo mismo que tú: la paz, el amor, la felicidad de estar con los míos…/ Si alguna vez sientes que es a ti a quién me dirijo,/ ten la certeza de que así es y no dudes en contradecirme./ Estoy contando lo que alcanzo a ver -a sentir-/ del universo que habita en nosotros:/ no somos tan distintos, sólo a veces estamos lejanos./ Que pases por aquí no es casual,/ estoy aprendiendo una lección con este encuentro;/ no me dejes con el cuaderno en blanco,/ no permita Dios que permanezcamos callados”. Es palabra de Édel Juárez. Te alabamos, señor poeta.