Querido diario: Pepe huele delicioso. Es un buen cliente. Bajito, de ojos azules, cabello corto, a lo militar, tiene unos cuarenta y tantos años. Es bromista y divertido, de esos pícaros, que siempre saben qué decir para hacerte reír.
Estábamos desnudos. Yo permanecía de cuclillas frente a él, recargada con una mano en sus muslos, para mantener el equilibrio, sosteniendo con la otra el largo de su miembro erecto y colocándole el condón con la boca mientras mi corazón latía fuertemente en mi pecho, frente a él.
Acaricié sus bolas con mis uñitas mientras mis labios recorrían su pieza con una simple lamida profunda. De cuclillas y con la visión del sexo tremendo de Pepe frente a mí, tuve que tomarme una pequeña pausa para abrir la boca de par en par, atacándome la lengua a golpes cortos.
La erección que me estaba comiendo estaba tremenda, muy erecta y palpitante. Disfrutaba en ese momento recorrerle hasta el último centímetro de carne. No había sensación similar a la de tener las venas de una pieza palpitando e hinchándose adentro de mi boca. Yo simplemente anhelada prolongar el momento.
De cuclillas estaba aún cuando me decidí a sentarme al borde de la cama, una posición que cambié rápidamente. Con un ruido de succión, abandoné el pene erecto de mi acompañante y me puse de pie en un instante, sacándome la lencería empapada por los pies. Todavía traía puestos los tacones. Trastabillé como pude, riéndome y gimiendo al mismo tiempo, y al final terminé aterrizando al borde de la cama. Hicimos contacto visual el tiempo suficiente para que él se sintiera necesitado de acercarse a mí, mi mano floja enrollada alrededor de la pieza que acababa de succionar con tanto ahínco.
Pepe, ido entre el vaivén de nuestros cuerpos, se inclinó para besarme en la boca con ímpetu mientras mi mano se encargaba de mantenerlo tan duro como siempre y hasta más.
Un rato después, terminé recostada sobre mi espalda y con las piernas abiertas en “V”. Era una “V” pronunciada, tanto que por un momento me sentí avergonzada y expuesta. Después de todo, ahí estaba él, observándome cada rincón del sexo enrojecido y caliente, como si estuviera listo para dictar cada uno de sus detalles. Poco iba poder soportar yo de aquello.
Lo cierto es que me calentaba mucho el hecho de que me cogiera aún con los tacones puestos. Me concentré en el agarre que él tenía en ese instante alrededor de mis tobillos y no me resultó para nada difícil perderme en el mundo intrincado de su lectura, como si de un libro erótico se tratase. Mis manos fueron a parar al montículo hinchado de mi clítoris, el cual comencé a frotar en círculos justo cuando Pepe hundió el grosor de su erección en mi vagina.
¡Ah! La sensación fue sublime y bestial, nada que pudiera describir a ciencia cierta. En cierto modo, la primera vez no era la mejor. Lo mejor era la violencia que venía después, con el vaivén y la tensión que creaban las caderas en constante movimiento. Me entregué a este baile con una mano sobre mis tetas, gimiendo como una condenada cada vez que su erección me tocaba la fibra sensible del cuerpo.
Sentía su miembro grueso moverse, taladrándome las entrañas, con mis pies al aire, sostenidos con sus manos, por mis tobillos, mientras tacones vibraban, como queriendo abandonar mis pies por el estrepitoso movimiento. Yo vivía un terremoto interno, cuando sentí las contracciones de su falo, soltar un chorro espumoso, mientras mi propio orgasmo me hacía gritar de placer. Sin duda, para ambos, fue un verdadero final feliz.
Hasta el jueves, Lulú Petite