Estaba en el aeropuerto de la Ciudad de México esperando abordar cuando la noticia inimaginable sacudió al mundo, al rock, a la poesía, a mi corazón: Bob Dylan era reconocido por la Academia sueca con el Premio Nobel de Literatura (2016).
La nota era una bomba que me hizo temblar: el viejo trotamundos sería el primer compositor, músico, poeta y loco, inducido a la alcurnia del Nobel, “por haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción americana” (pequeño detalle, sólo faltaba que el maese aceptara el reconocimiento y se sabe que la hizo más que cardíaca y con Pattie Smith como mensajera divina).
Era una locura, una hazaña increíble que hizo que se me llenaran los ojos de lágrimas rumbo al avión: porque Dylan lo merecía por cada palabra que salió de su alma, por dedicar una vida entera a la poesía, a la composición, a el arte, y además porque ese vuelo que yo tomaba hacia Estados Unidos esa mañana era casualmente, como regalo de vida, para ver precisamente al gran Zimmerman (Bod Dylan, pa’ los cuadernos).
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Dicen que no hay reportero sin suerte, y ese boleto que compré varios meses antes para ver a Dylan sin imaginar que sería el primer concierto que daría el viejón como Nobel de Literatura, fue una hermosa ‘casualidad’, una alineación astral tiempo/espacio que me llevaré hasta el último día de mi vida en mi corazón de periodista de rock.
Por eso cuando terminé de ver la biopic ‘Un completo desconocido’, con el gran Timothée Chalamet en la piel de Dylan, volví a conmoverme hasta las lágrimas, fue un golpe el que nos conectaron con la historia de un jovenzuelo Bob que se abría brecha en sus inicios, un autor salvaje, siempre con el revólver listo para disparar.
Cabe precisar que la cinta, nominada al Oscar a Mejor Película, solo aborda ese momento histórico en el que Dylan comienza a grabar sus primeras canciones de folk y el paso justo y necesario a electrificar su música, es decir, a tener una banda soporte (más cercana al rock) que en un principio molestó a los más puristas del género folk.
Por ahí aparecen personajes importantes de aquellos años como Joan Baez (Mónica Barbaro), predecesora de Bob con la que se acompañó bien y giró por Estados Unidos, o Sylvie Russo (Elle Fanning), un romance de Dylan que no logró cuajar por el temperamento distante y egocéntrico del creador de ‘Like a Rolling Stone’.
Y no se diga la presencia enigmática de Johnny Cash (Boyd Holbrook), ya más viejo y sabio que el jovial Bob de esos inicios.
La música, bien cantada y personificada por Chalamet que también le podría valer un Oscar, es la gran protagonista, donde las respuestas vuelan por el viento como aviones que te llevan a un destino a veces inimaginable, a veces impredecible, a veces completamente desconocido y que te regalan años de vida. ¡Que viva Dylan, que viva el rey poeta!