Tributo a los que ya no están
Yohanan Díaz
En todas las culturas del mundo, el final de octubre y los primeros días de noviembre son jornadas dedicadas al recuerdo a los que ya no están. Podríamos pensar que se trata, simplemente, de una celebración que sólo se da en países relacionados con la religión católica; sin embargo, estas costumbres hunden sus raíces en un pasado más remoto.
Por casi todos es sabido que nuestro tradicional Día de Muertos es una mezcla sincrética entre la religión católica y las celebraciones prehispánicas para honrar a los fallecidos. Lo que solemos desconocer es que lo mismo ocurre en otros lugares del mundo.
Por ejemplo, en la vieja Europa, aquellos lugares relacionados con la cultura celta, también tienen costumbres en estas fechas muy parecidas a las nuestras. Todo está relacionado con el “Samhain”, una fiesta céltica de la antigüedad.
Desde hace siglos, esta cultura europea celebra cada 31 de octubre el final de la temporada de cosechas y el inicio de su nuevo año.
Así, para ellos, el final de su verano era el instante en que se abría un portal entre nuestro plano y el más allá, y se podía tener contacto con los que ya no están. Eran sus médiums, los llamados druidas celtas, los que entraban en comunicación con los espíritus en la celebración de esta fiesta, todo con la intención de que los muertos les guiarán hacia la inmortalidad y con el fin de agasajarlos durante la visita a sus antiguos hogares.
Efectivamente, al igual que en nuestra creencia mexicana, en Europa también se tiene, debido a este pasado celta, la concepción de que en estas fechas los fallecidos vuelven por unas horas a sus casas.
Por este motivo, en lugares como Las Hurdes, una región de Extremadura, en España, celebran en estos días una fiesta al aire libre, donde prenden un gran fuego junto al que dejan platos de comida para los muertos, y bailan y cantan, lanzando castañas al aire, para que los fallecidos se puedan divertir, comer, y por tanto, que se marchen contentos y no se aparezcan para espantar en otras fechas del año.
Todo esto lo descubrí hace un par de años, al visitar Europa. Ahí me di cuenta de que, por muy lejos que estemos, todos vemos la misma luna. Por muy mexicano que sea el Día de Muertos, como vemos tiene enormes similitudes con las fiestas que se celebran en otros lugares del mundo.
Esto me hace pensar que, independientemente de donde vivamos, todos necesitamos un día para reflexionar sobre la muerte; en algunos casos, como en el de México, con alegría y jolgorio; en otros casos, como en Europa, con mucho más oscurantismo.
Pero todos, al fin y al cabo, realizan el mismo ritual: recordando a los que ya no están, interrogándose sobre qué habrá después; qué pasará al otro lado. Y con la intención de hacer felices a esos espíritus para que no nos molesten el resto del año.
El inicio de noviembre es una época especial en la que uno puede entrar en comunicación con otros mundos, donde, por unas horas, si se tiene la sensibilidad especial, se asegura que uno puede observar lo imposible y encontrar respuestas a tantas preguntas que nos acompañan desde la más remota antigüedad.
Aunque pase el tiempo y la modernidad pretenda desplazar estas costumbres, continúan vivas, se transforman, pero permanecen vigentes.
Los niños que van con sus calaveritas y se disfrazan, en realidad, sin saberlo, están perpetuando esta comunicación espiritual. Están entrando a formar parte de un ciclo milenario en el que la humanidad no olvida a los que se han marchado.