¿Existe la madre ideal?

ZONA G 16/12/2018 12:27 Redacción Actualizada 12:27
 

Por Irma Gallo

Últimamente se me han cruzado varias lecturas sobre las distintas maneras de ser madre, y sobre todo, sobre los sentimientos, muchas veces violentos (y en seguida intentaré explicar porqué uso este término) que experimentamos las mujeres cuando nos convertimos en madres, y sobre todo cuando lo hacemos por primera vez.

A la mayoría de nosotras se nos dijo desde niñas, hasta el cansancio, desde el entorno familiar, pasando por la escuela, las amigas, las telenovelas que veíamos con nuestras abuelas, los libros y películas románticas que consumimos en la adolescencia y hasta las series que vemos en la edad adulta, que ser madre es “lo mejor que le puede pasar a una mujer”. Muchas no lo dudamos. Ni nos atrevimos. Aunque quisimos estudiar una carrera, ganar dinero y tener cierta independencia, seguimos teniendo en mente el deseo de tener hijos. Este es mi caso, por ejemplo.

Sin embargo, cuando mi niña llegó a este mundo, no todo fue como lo había imaginado. Y la culpa por no sentir lo que se supone que debería sentir desde un primer momento, me hizo pasarla muy mal.

¿Malas madres o simple agotamiento físico y mental?

En el libro colectivo Tsunami, publicado por la editorial Sexto Piso, la periodista y documentalista Daniela Rea cuenta, a manera de diario, los primeros años de vida de sus dos hijas. Con una honestidad que a veces golpea como cuando el viento te corta la respiración en los días helados, escribe:

“Te orinaste en el piso, pese a que te insistí que te pusiera el pañal o que fueras al baño. Te orinaste y te levanté con fuerza y te fui a sentar a la bacinica. Tú llorabas. Ahí te quedas hasta que aprendas, cochina. Eres una cochina. No aprendes. Cochina”.

“¿Por qué te dije eso? ¿Fue el enojo? ¿La desesperación? ¿Mi poder sobre ti? ¿Verte humillada? Lo siento tanto, Zaira. Lo siento. Me da vergüenza”.

¿Cuántas de nosotras no nos hemos sentido avergonzadas, como Daniela, cuando perdemos la paciencia con nuestros hijos? El cansancio, la rutina, nos puede hacer perder los estribos, pero mientras no dañemos físicamente a nuestros hijos, creo que hay que tenernos un poco de paciencia. Pensar que nadie está preparada para enfrentar el gran esfuerzo físico y mental que supone criar un hijo, y que podemos equivocarnos, y que se vale estar agotadas, y que eso no nos hace malas madres.

En otro momento de su texto, Daniela escribe: “Cuidar cansa. Cuidar arrasa. Cuidar sola”.

Y es que la sociedad heteropatriarcal en la que vivimos nos ha hecho crecer con la idea de que las mujeres debemos ser las primeras —y en muchos casos las únicas— encargadas de cuidar a otros, sean hijos pequeños o padres ancianos o enfermos.

Como si los hombres no pudieran compartir esa responsabilidad a partes iguales.

En otro libro que estoy leyendo estos días, llamado Pequeñas labores, escrito por la canadiense Rivka Galchen, la autora aventura otra reflexión que me dejó helada:

“Es verdad esto que dicen, que un bebé te da una razón para vivir. Pero también un bebé es una razón por la que no tienes permitido morirte. Hay días en que esto no se siente bien”.

Muchas veces, durante mis frecuentes viajes de trabajo, he pensado en la enorme responsabilidad que tengo con mi hija: ¿qué pasaría si el avión en el que me dirijo a mi destino se cayera, o si la camioneta en la que me transporto con los camarógrafos y el equipo todos los días, en esta ciudad de locos, se estrellara? ¿O tal vez si me atropellaran por ir viendo el celular para responder un correo o mensaje de trabajo, mientras cruzo una avenida, como hago con frecuencia, debo admitir?

Ninguna de estas circunstancias trágicas que pasan por mi mente me es permitida. No debo imaginarlas. No puedo permitir que sucedan.

¿Esto me genera estrés? Sí. Porque aunque no me quiero morir, por supuesto, siento que debo cuidarme por dos, por mí y por mi hija, como si nunca hubiera dejado de estar embarazada.

Pero al mismo tiempo sé que mi estrés y mi angustia no nos hacen bien ni a mí ni a mi hija, así que trato de ser menos dura conmigo misma. Y creo que de esto se trata esta columna: de decirles mamás, que en sus momentos de duda, de agotamiento, de depresión y hasta de rechazo hacia sus hijos, no están solas. Todas hemos pasado por eso. Respiremos y hablémoslo con quienes pueden escucharnos sin juzgarnos. Y sigamos adelante, aprendiendo a ser madres cada día.

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