RELATOS SEXUALES
“Cuando me hizo toda suya, aunque él ya no vivía”, por Lulú Petite
(Foto: Archivo, El Gráfico)
Querido diario: En ese motel conocí a Ramiro, un cliente maravilloso. Alegre, trabajador, optimista y espléndido amante. Me llamaba muy a menudo. Decía que no tenía tiempo que perder y quería disfrutar los placeres de la vida lo más que pudiera; especialmente porque enfrentaba un cáncer terminal.
De pronto, dejó de llamar y luego supe que las quimios no habían dado buenos resultados. Ramiro ya estaba descansando.
Por eso, cuando entré a la habitación donde lo vi por última vez, me invadió el recuerdo. Atendí a un cliente muy simpático que me hizo el amor muy rico, después se metió a duchar y yo me quedé en la cama, cerré los ojos y me quedé dormida.
De pronto, sentí sus manos que me acariciaban la entrepierna, la ducha ya no se escuchaba. Mi cliente había salido de la regadera dispuesto a un segundo revolcón. Me tocaba deliciosamente.
Separé los muslos y lo dejé entrar. Sentí su lengua jugar en mis labios, separar mi vulva y lamer con habilidad mi entrepierna.
Su lengua en mi clítoris hacía un trabajo formidable. Comencé a gemir, metí mis uñas en su cráneo y le jalé el cabello con fuerza apretándolo contra mi sexo, rogándole con mis gemidos y contorsiones que no parara. Él lamía con entusiasmo, comiéndose deliciosamente mi clítoris y jugueteando con maestría con sus dedos en mi sexo.
Curvé la espalda de placer cando me vine en su boca, él limpió todos mis jugos con su lengua, cuando yo comencé a suplicarle:
—¡Cógeme! — rogué pasándole un condón.
Él me dio vuelta con brusquedad poniéndome bocabajo. Se calzó el condón, me separó las nalgas y, de una estocada, me clavó su miembro a fondo. Lo sentí moviéndose en mis entrañas, cogerme durísimo.
Tuve un segundo orgasmo delicioso. Volteé al fin para buscar su boca y quedé helada. Era Ramiro.
En ese momento, desperté asustada. La ducha seguía abierta y mi cliente bañándose. Habían pasado sólo unos segundos.
Feliz día de muertos, Lulú Petite