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El otro día encontré a uno que me cayó demasiado bien, su perfil era excelente, así que decidimos salir para conocernos mejor antes de la grabación.
Comenzamos a llevarnos mejor. Una cosa llevó a la otra y al final decidimos irnos a un motel, con fines meramente laborales (claro)... la magia se dio sola.
Arriba de la cama empezamos a besarnos, yo traía un vestido largo que tuve que levantar hasta mis rodillas para poder moverme libremente, él no batalló mucho en quitármelo, me dejó en tanga y con las tetas al aire. Me dijo que me daría un masaje, así que me recosté en la cama y lo dejé acariciarme.
De pronto, me acomodó de costado y así levantó mi pierna; desde el pie, que estaba en las alturas, comenzó a besarme y fue bajando por mi pantorrilla, mi muslo hasta llegar a mi ‘almendrita’, donde se detuvo. Sus primeros movimientos fueron lentos y tiernos, pero conforme mis gemidos iban aumentando, su intensidad chupándomela también.
Comenzó a darme sexo oral como jamás me lo habían dado en mi vida, como si no quisiera que se desbordara nada de mi jugo.
Lo vi igual que como cuando estás comiéndote una fruta y no quieres que se escurra nada de la pulpa, así estuvo él pegado a mí, succionando, lamiendo y chupando.
No había duda de que me iba a hacer terminar como una diosa; normalmente tengo que retirar lo que esté cerca de mi ‘almendra’ para poder explotar, pero él se aferró a mi cadera dejando su cara bien pegada a mi entrepierna y succionó como queriéndo sacarme el ‘squirt’. Cuando por fin pude liberarlo, él se lo tragó completo.
Eso me puso muchísimo más prendida... y de lo que terminamos haciendo, les cuento en la siguiente columna, para que tengamos una cita ustedes y yo el próximo miércoles.