“La deliciosa adrenalina de hacerlo en un lugar público”, por Lulú Petite

Querido diario: Me preguntó un cliente si alguna vez he dado un servicio en un lugar público. Lo cierto es que no. Por trabajo, nunca he cogido en un lugar público, pero por placer, me encanta.

Es deliciosa la adrenalina de cogerte a un tipo con el riesgo de que cualquiera pueda entrar y descubrirnos, de que puedan vernos.

He cogido en coches, en el cine, en elevadores, en baños públicos, en la playa.

Una de esas veces fue con un novio, en una cena que su empresa daba para celebrar el cierre de un año.

Todo estaba adornado con motivos navideños y la concurrencia, atenta al maestro de ceremonias, que entre chistes de tío, rifaba los regalos que la empresa había dispuesto para los empleados.

Desde termos y cafeteras hasta una enorme pantalla plana, que era el regalo estelar.

Tomé de la mano a mi cita, valiéndome tres hectáreas de longaniza la rifa y lo llevé al baño. Estaba desierto. Nos metimos a un cubículo y comencé a comérmelo a besos, bajé la mano buscando su miembro y se lo saqué.

Lo masturbé un poco antes de darle un condón, sentarme en la taza (con la tapa cerrada) y comenzar a chupárselo.

—Métemela —le ordené de pronto. Me puse de pie dándole la espalda, recargué mis manos en el tanque del sanitario y alcé las nalgas.

Él me subió la falda, hizo a un lado mi tanga y me la metió. Nuestros orgasmos fueron rapidísimos, pero súper intensos, como lo son cuando vienen con ese golpe de adrenalina. Se quitó el condón, le hizo un nudo y lo tiramos al cesto, para envidia del próximo usuario.

Cuando regresamos a la mesa, uno de sus compañeros se le quedó mirando con cara cómplice:

—¿Dónde estabas mi estimado? ¡Ganaste!

—¿La televisión?

—No, una sangüichera, pero ganaste.

Nos miramos y sonreímos; después de todo, teniendo el bizcochito ¿A quién le importan los sángüiches?

Hasta el martes, Lulú Petite