Yo llegué divina. Arregladita, con vestidito tipo viajera de oficina. Maquillada, peinada, perfumada, con la manicura impecable y lencería cachondísima. El descarado, en cambio, me recibió en pijama, con el almohadazo en la cabeza y la sonrisa pícara.
Cuando nos saludamos, noté que tenía el miembro bien parado. Parecía casa de campaña bajo la tela de franela. Las pijamas son traicioneras. Como no tienen cierre, el pito se le salió.
Aproveché para agarrárselo y comencé a masturbarlo, mientras nos dábamos un beso. Me puse de rodillas, tomé un condón y se lo puse con la boca. Se la chupé así un rato. Nos desnudamos y nos metimos a la cama.
De inmediato, comenzó a comerme el sexo con mis piernas sobre sus hombros. Estaba empapada cuando me abrió las piernas y entró en mí. Me hizo el amor riquísimo.
Después del amor, Germán pidió el desayuno al cuarto, luego se dio una ducha. Salió y se vistió. Lucía muy guapo de traje. Yo seguía desnuda y él ya tenía que irse. Me dio un beso, tomó sus cosas y dejó la habitación.
Me quedé en su cama. Pensé por un momento en darme una ducha, pero la cama estaba muy rica. Jalé la cobijita, cerré los ojitos, sonreí y me quedé dormidita. Ni modo. Eso pasa por madrugar.