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Las secundarias son crueles. Los chamacos son cabrones y llevados. Si bajas tantito la guardia, te joden sin piedad. Con Samuel no se manchaban, pero lo cabuleaban. Un día Samuel renunció.
Todo iría muy bien hasta que una de esas morras castrosas se topó a Samuel en la puerta de un hotel ultra fi fi en Polanco, vestido de frac tipo pingüino, con sombrero de copa y ocho botones en hilera.
Les contó a todos. Ahí tenías a los pubertos visitando el hotel un día sí y otro también, como si fuera una exhibición, para ir a ver al profe de abrepuertas. Se burlaban de él, lo hacían enojar y no podía hacer gran cosa. Ellos eran clientes, fresitas y él, estaba en su trabajo.
El tiempo le dio revancha. Ya no trabajaba en hoteles ni en escuelas. Tenía un próspero negocio y le iba tan bien o mejor que a los papis de aquellos chamacos cabrones. Incluso podía darse el lujito de pagar por la compañía de escorts de lujo.
Cuál habrá sido su sorpresa cuando un día tocan a su puerta y la bonita escort era, ya mayor de edad, la morrita que lo había quemado con todos cuando lo vio de botones. Él no se desquitó quemándola, pero de que se la cogió, se la cogió. Así pasa a veces. La vida da vueltas.
¿Sabes cuál era el nombre “artístico” de la chica? ¡Karma!
Hasta el jueves,
Lulú Petite