"Se me olvidaron los condones y me acordé cuando ya la tenías casi adentro", por Lulú Petite

Querido diario: Traigo un vestido tan cortito que en cualquier descuido se me ven hasta los pecados. Cruzo la plaza atrapando algunas miradas curiosas y lujuriosas. Llego a la farmacia y compro dos cajas de nueve condones.

Me parece que hay un poco de morbo en la mirada del chico que me entrega mis dieciocho condones. Los guardo en mi bolso y doy media vuelta.

Regreso a la plaza. Mi busto es un anzuelo que atrapa miradas, pero es mi trasero el que, a mi paso, les va obligando a torcerse el cuello. Los miro en el reflejo de los aparadores.

Me detengo a curiosear en algunas tiendas. En realidad, estoy haciendo tiempo para que me confirmes que llegaste al motel. La plaza está muy cerca.

Miro unas zapatillas que me gustan y, cuando levanto la mirada, me encuentro la de un señor que se toma un café frente a su computadora. Se sonroja y me saluda con un ademán discreto. Nos conocemos. Es un cliente a quien atendí un par de veces. Son los gajes de venir a una plaza que está tan cerca del motel-centro de operaciones del clan putañero. Me llega tu mensaje. Ya estás instalado.

Llego muy pronto y te encuentro recién bañado, con la toalla rodeando tu cintura. Me das un beso y me miras con la misma lascivia de todos los chicos en la plaza, pero a diferencia de ellos, tú me tomas de la mano, la levantas y haces que dé un giro, como si estuviéramos bailando salsa.

La toalla se cae y tu erección queda al aire. Te masturbo un poco mientras acaricias mi cuerpo y comienzas a desnudarme. El vestido sale rápido.

Nos metemos a la cama en pelotas. Tan calientes, que ya no aguanto para sentir tu pene enorme y caliente, penetrarme. Me pides un condón. Busco con la mirada ¡Carajo! ¡Los dejé en el coche!

—¿Puedes pedir unos? —te pregunto desbaratada. Qué frustración más rompe-pelotas, interrumpirse así por un olvido.

Hasta el jueves, Lulú Petite