“Con una cachonda empalada todo el tiempo, los pétalos de rosa volaron”, por Lulú Petite

Querido diario: Ángel llevaba más de un mes planeando verme. Al menos, desde la primera vez que me escribió para preguntar por mis servicios. No agendo citas con tanta anticipación. Se pactan un par de horas antes o, cuando mucho, de un día para otro, no un mes.

Ángel escribió a mediados de julio pidiendo cita el 25 de agosto. Le dije que me hablara ese día y coordinábamos, pero desde entonces seguimos chateando.

Él vive en Oaxaca y venía a conocerme. Quería que le firmara su ejemplar de mi libro.

Cuando la fecha llegó, encontré a un cincuentón guapo, moreno, delgado, bajito y amable. La cama estaba adornada con pétalos de rosas, en el tocador se estaba enfriando una botella de champaña junto a dos copas y en el buró estaban dispuestos los condones y, a un ladito, en un sobre abierto, mi pago por dos horas.

¡Caramba! Realmente llevaba tiempo planeando. Tenía todo meticulosamente preparado.

Después de un beso, me llevó a la cama. Con delicadeza parecida al cariño me quitó la ropa, besó mis senos, lamió mis pezones, acarició mi piel. Llevó su mano a mis muslos y dibujó con su dedo el contorno de mi vulva. Tocó mi clítoris y, poco a poco, provocó que me mojara.

Comencé a gemir. Primero mi respiración se agitó, luego suspiros entrecortados.

Me hizo el amor muy rico. Cuando me tuvo empalada, nuestros movimientos provocaron que los pétalos de rosas volaran y un olor a jardín llenó nuestros pulmones.

Cuando nos despedimos, le pedí su libro para firmarlo. Abrió los ojos como platos. ¡Lo olvidó en Oaxaca!

Me reí, pensando en el olvido de Don Precavido. Salimos del motel juntos, buscamos un puesto de periódicos, compramos EL GRÁFICO y ¡resuelto! Con mucho gusto, se lo firmé.

Hasta el jueves, Lulú Petite