“De tanto morboseo, se te descargó toda la pistola”, por Lulú Petite

Querido diario: Sentí tu mirada morbosa apenas crucé la puerta. Ya te había visto antes, en el lobby del motel. Tú estabas entrando al bar del lugar, yo salía del elevador.

Te detuviste y, justo como hoy, en tu cuarto, clavaste tus pupilas incendiarias en mis piernas, en mi escote, en mi cara. Como si, con solo mirarme, fueras capaz de desnudarme y cogerme salvajemente ¿Sabes? De esas miradas obscenas.

Me tendiste la mano y me invitaste a pasar, entregándome un sobre con mi pago. No es desconfianza, pero si es nuestra primera vez, perdonarás que haya contado el pago antes de guardarlo. No sólo es cosa de que esté completo. Hay que revisar. No sea que me pase como al morro de Internet, ese al que le pagaron con un billete de 50 que traía la cara de Juan Gabriel, en lugar de la de Morelos.

Apenas guardé tus billetitos perfectos, con las caras de Diego y de Sor Juana, me tomaste por la cintura y me besaste.

Casi por instinto bajé la mano y busqué tu miembro. Lo tenías bárbaro y, como si tocártela hubiera sido el llamado que esperabas para actuar, te la sacaste de inmediato y, tal cual, me pediste que te la chupara.

Saqué un condón y me senté en la orilla de la cama. Pusiste tu sexo frente a mi cara, te acomodé el preservativo con la boca y cuando comencé a chupar te oí gemir y sentí el golpe de la leche llenar el condón.

¡Ups! Supongo que pasa a veces, cuando morboseas tanto antes de coger, traes la pistola lista para disparar al primer contacto. Platicamos un rato. Me contaste que me habías visto saliendo del elevador hace unos días y que habías preguntado en el lobby quien era yo y si podían darte mi teléfono.

—Es Lulú, la que escribe en EL GRÁFICO. Búscala en Google como Lulú Petite —te dijeron.

Así diste conmigo.

Hasta el martes, Lulú Petite