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Muy cerca de un motel donde trabajo, hay un centro comercial en el que a veces hago tiempo mientras llega la hora de un compromiso. Hoy pasé ahí y me formé en el cajero del banco.
Delante mío estaba un señor con pinta de "chavo ruco". Camisa desfajada, tipo mezclilla, pantalón blanco, pulseras de piel, y zapatos sin calcetines, para lucir tobillo. Sacó su dinero y, al voltear, me regaló una sonrisa, de esas que no sabes si es saludo o coqueteo. Decidí hacerme la despistada.
Seguí la fila en el banco, saqué dinero, bajé a mi coche y manejé unos metros hasta el motel. Subí a la recepción y, en ese momento, escuché una voz detrás de mí.
—Estaba seguro de que eras tú— dijo. Al dar media vuelta, vi que era el "chavo ruco".
—Lulú, soy Germán, nos conocimos aquí— agregó.
Quedamos de vernos en su habitación después de atender el compromiso que tenía programado.
Cuando me metió su enorme pito, no pude evitar estremecerme. Sentí, milímetro a milímetro como esa cosa enorme se metía en mi cuerpo. Me aferré a su espalda y lo sentí moverse ¡Caramba! ¡Qué delicia!
Cuando pasé por el centro comercial, de regreso a casa, aún sentía en mi sexo palpitar la deliciosa sensación del pene enorme de Germán.
No pude evitar recordarlo en la fila del banco, todo serio, y pensar: “En esa cola, si me formo”.