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Me puso de perrito. Separó mis nalgas y paseando su miembro por ellas, apuntó a mi sexo y se clavó despacito. Sentí riquísimo cómo entraba a fondo. Se aferró a mi cadera con fuerza y comenzó a moverse metiéndomela a tope. Era brutal la manera en la que me hacía el amor.
Estaba a punto de venirme, cuando me cambió de posición, me puso con la espalda contra el colchón, separó mis piernas y, de una estocada, se clavó a fondo. Me dio un beso y comenzó a moverse. Gemía como animal. Yo le rogaba que no parara.
Sentí cómo exploté en placer segundos antes de que él llenara el condón. Se quedó dentro de mí unos segundos, mientras me besaba y acariciaba mis pechos. Fue delicioso.
Mientras me duchaba, le pregunté qué ha sido lo más tonto que le ha pasado siendo gamer. Me contó que una vez estaba jugando una madre que se llama “Pokémon Go”, de realidad aumentada, en medio de un parque.
Estaba tan concentrado en capturar un raro Pokémon, que no se dio cuenta de que detrás de él había un charco enorme. Terminó resbalando, cayéndose en el charco y empapándose por completo. Afortunadamente, logró capturar su Pokémon.
Ya vestidos y camino al estacionamiento abrió en su teléfono el famoso “Pokémon Go” y caminamos por los pasillos del motel buscando sus criaturas virtuales. Qué loco eso de ser gamer.