Esa alerta sísmica puede ser la última que nos ponga los nervios de punta. Y si cualquiera de nosotros quedara bajo los escombros, seguro que irán a sacarnos.
Tengo en la memoria los pretextos más comunes de las mujeres que aprendieron a olvidarme. Y también un inventario de caricias que dejaron antes de marcharse.
Malditos días que arden, con el combustible de la desesperación. Malditas horas grises, tristes, en que navegamos los desiertos de una tristeza infinita.
Ya lo dice Fito Páez: En tiempos donde nadie escucha a nadie, en tiempos egoístas y mezquinos, habrá que declararse inocente o habrá que ser abyecto y desalmado.