Querido diario: El caballero es guapo y lo sabe. Del tipo varonil, entre James Bond, Superman y gánster. Su cuerpo ¡Carajo! ¿Cómo explicarte? De esos sabrosos. ¿Por qué un vato así paga por sexo? Supongo que es porque pagar por sexo te libera de compromisos.

Este hombre es, como muchos en mi adorable clientela, adicto al sexo y, aunque puede conseguirlo seduciendo, resulta más fácil ir a lo seguro. Yo, encantada.

Pasé a la habitación y puse el bolso en el tocador tratando de disimular lo mucho que me había impresionado ver a un tipo tan guapo abrirme la puerta. Él me tomó por la cintura y acercó su bragueta a mi culo. Sentí su tranca dura rozarme los glúteos y un calambre de calentura me cimbró la médula espinal.

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Recorrió con sus nudillos el arco de mi cuello y bajó los dedos por mis hombros removiendo los tirantes de mi vestido. Me besó detrás de la oreja, mientras hábilmente bajaba mi cremallera.

Me dijo al oído cosas entre obscenas y cachondas, mientras sus manos caían hasta llegar a mis muslos. Allí subió mi falda y se puso de rodillas.

Comenzó a lamerme las piernas, luego separó mis nalgas y entre besos y lengüetazos atendió mi sexo paseándose por momentos por partes más prohibidas, que provocaban que me retorciera de placer.

Cuando se levantó, tomó un condón del buró, se lo puso y de un sablazo me ensartó. Sentí su fierro partirme en dos. Se meneó deliciosamente, yo apenas podía mantener el equilibrio entre sus embestidas y su manoseo.

Terminamos en la cama, completamente desnudos, teniendo sexo en tantas posiciones y compartiendo tantas caricias, que fue como ir a un parque de diversiones.

—Hasta la otra —me dijo cuando se despidió, con esa mueca encantadora que dibuja con sus labios.

—Hasta la otra —le contesté, sin saber si me hablaba a mí y se refería a otra ocasión, o le hablaba al motel y se refería a otra chica. 

No me importó.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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