"A media luz" Por Lulú Petite

Recuerdo su mirada al recibirme. Me tomó de la mano y, dándome un beso entre la mejilla y la comisura de los labios, me llevó a la habitación...

Lulú Petite
Viral 01/10/2013 06:16 Lulú Petite Actualizada 06:16
 

Querido Diario: 

Recuerdo su mirada al recibirme. Me tomó de la mano y, dándome un beso entre la mejilla y la comisura de los labios, me llevó a la habitación, que estaba muy poco iluminada. Los cuartos en los moteles son así. Tienen siempre luces tenues y, aun encendiéndolas todas, no pierden esa ligera penumbra que le pone un toque clandestino al encuentro de los amantes.

Claro, la media luz de esos cuartos parece parte del folclore íntimo y discreto de quienes buscan allí refugio para vivir sus aventuras, lo cierto es que muchas veces la poca iluminación esconde secretos.

¿Te imaginas cuántas parejas entran en un día a una misma habitación? ¿Sabes lo que hacen en ella? Por eso la rutina de quienes las limpian es cambiar sólo lo obvio, ganar tiempo, hacer que la habitación esté lista en el menor tiempo posible para el próximo revolcón, arreglar donde ve la suegra. No esperes en esas circunstancias la higiene de un quirófano.

Claro, las cortinas abiertas, en muchos casos delatarían las manchas de cualquier cosa en las cobijas, las quemaduras de pipas y cigarrillos en los muebles, lo percudido de las cortinas o las caprichosas figuras que se dibujan con la mugre de la alfombra, pero ¿quién en su sano juicio va a abrir las cortinas de una habitación donde pretende tener sexo pecaminoso? La suciedad está encubierta principalmente por la necesidad de anonimato.

Por eso yo sólo atiendo en determinados moteles, donde además de sentirme segura, sé que cuidan la limpieza del lugar. El caso es que se trataba de un buen cliente y me pidió verlo en otro lado, estaba cerca y acepté.

Él es un tipo atractivo: Cabello negro, mirada gris, entre cuarenta y cincuenta años, muy buena figura, impecable y extraordinariamente caballeroso. Además es buenísimo en la cama.

Entre palabras suaves, sonrisas amables y caricias delicadas, fue quitándome la ropa y deshaciéndose de la suya, llevándome desnuda a la cama y tumbándome en ella; repartió besos, distribuyó caricias, me puso de lo más caliente.

Ya no había más faje posible, yo estaba que ardía y su miembro se sentía duro y enorme. No había marcha atrás, tenía que metérmela y yo verdaderamente lo deseaba mucho, lo quería dentro, bombeándome, haciéndome suya. Me urgía sentir ese trozo de carne dura y tibia.

Entonces se estiró hacia el buró para tomar la cajita de condones y sacar uno, cuando vio que había algo raro tirado entre ese mueble y el pie de la cama. Movió un poco la cobija y se encontró con un condón usado, con un moñito de globero en el extremo abierto y una copiosa eyaculación como prueba incontrovertible del deleite consumado por alguna pareja que nos antecedió.

El cliente se puso como energúmeno. Llamó a la administración del motel, les gritó de todo. Yo me quedé en la cama. Entendía el disgusto del hombre, a nadie nos gusta encontrar semejante recuerdito de sabrá madres quién, pero estaba también consciente de que no puedes pedir demasiado de la higiene de un motel, que son gajes del oficio. Justo es reclamar, inútil tomárselo demasiado en serio.

El problema es que a mi cliente si lo tomó muy en serio, después del incidente, ya no pudo volver a parársele. Intentamos un par de veces, pero ante lo evidentemente imposible, se vistió y se fue.

Está bien, después de todo ya me había pagado y fue él quien escogió el lugar, pero a decir verdad, me dejó muy caliente. Cuando todo se paró de repente, yo ya estaba lo suficientemente preparada, física y emocionalmente, para gozar un buen orgasmo, deseaba ardientemente que ese hombre me hiciera suya y, estoy segura de que lo habría gozado, a no ser por la aparición importuna del hulecito polizón.

Cuando manejé rumbo a mi casa el deseo era tremendo. Necesitaba llenar entre mis piernas el vacío que me había dejado no haber sido penetrada cuando lo deseaba tanto, esas palpitaciones de mis labios vaginales, el apetito impetuoso de sentir unas manos en mis senos, una lengua recorriendo los rincones de mi cuerpo, una erección dura y apetitosa clavándose en mí con lujuria, con buen ritmo, disparándome al espacio.

Al entrar a mi departamento la situación era incontrolable, parecía una adolescente cachonda. Me tumbé en mi cama, levanté la falda, me quité los calzones y, serpenteando sobre el edredón impecable de mi cama, perfectamente limpia y sin condones tirados por ningún lado, saqué con mis deditos ese deseo que se me estaba desbordando.

Un beso

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