"Atónita" Por Lulú Petite

Cuando tuviste una relación con alguien, es difícil volver a la amistad sin recordar que has estado...

Lulú Petite
Viral 05/11/2013 05:46 Lulú Petite Actualizada 06:00
 

Querido Diario:

El tráfico estaba tranquilo para ser hora pico. Había quedado de comer con David y ya iba un poco retrasada. Estamos trabajando un proyecto para titularnos. Vamos bien y ha servido de pretexto para restaurar nuestra amistad. Parece fácil, pero no lo es.

Cuando tuviste una relación con alguien, es difícil volver a la amistad sin recordar que has estado cogiendo con esa persona, a qué saben sus besos, qué ruidos hace en la cama. Después de un rompimiento siempre quedan restos de lo vivido, esas cenizas de donde puede volver a arder el fuego. Además, casi siempre queda en alguno de los dos la espinita de lo que pudo haber sido y esas ganas “juangabrielescas” de que “sea como ayer y nunca más dejarnos”.

David me quiere bien. Más allá de la amistad ya no siento nada por él, pero no puedo asegurar que él tampoco. De hecho, me ha llegado a parecer que aún me trae ganas, que aunque ha seguido con su vida a toda madre, no pierde del todo la esperanza de volver (al menos de volver a ensabanarme).

Prefiero pensar que ya pasó. Igual ahora él ya tiene novia y hacen bonita pareja. Esa es buena señal de que las heridas sanaron. Conocí a su novia hace tiempo, en una reunión con los excompañeros de la escuela, es alegre y se llevó bien prácticamente con todos. Me pareció una chava linda, aunque con cierta antipatía hacia mí. 

Es normal, a ninguna novia le gustan las ex, mucho menos cuando siguen trabajando tan de cerca con sus güeyes. Los celos son canijos y pocas cosas los alimentan tanto como la incertidumbre, ese no saber qué está haciendo y con quién la persona amada. Lo comenté con David a la hora de la comida y admitió que a su chava no le parece ni tantito que yo esté trabajando esto con él. En otras palabras, que se pone celosa, es causa de pleitos y yo, ciertamente, le cago.

No estuvimos juntos mucho tiempo. Después de comer, me despedí argumentando que debía trabajar. Era cierto, apenas salí del restaurante fui a encontrarme al motel con un cliente.

Fue una buena cita con un cliente muy querido. Una de esas personitas que, de tanto ver, se van ganando puntos en el tablero de los quereres. Después de la conversación de costumbre para ponernos al día, comenzamos a besarnos. Nos desnudamos de prisa, como adolescentes primerizos y nos tumbamos en la cama. Cuando me la metió, dándome un beso, se quedó inmóvil.

Yo también me quedé quietecita, sintiendo durante unos segundos ese trozo de carne tibia que, latiéndome dentro, me provocaba tanto placer. Él se había metido despacio. Besando mis labios, acariciando mis senos, guiando su sexo entre mis piernas con paciencia y tino. Sentí su boca en la mía, su aliento, su lengua, sus manos acariciándome, su respiración entrecortada, el peso de su cuerpo haciendo una ligera presión sobre el mío. Recibía sus besos con los ojos cerrados cuando comenzó a moverse.

Lo hacía bien. Era un movimiento cadencioso. Entraba y salía despacio acariciando mis paredes vaginales de un modo que me provocaba escalofríos. Lo disfrutaba. Lo abracé y le supliqué que siguiera.

Y siguió haciéndolo a ese ritmo lento y seductor, clavándose poco a poco hacia delante, hacia detrás, moviendo la cadera con el ritmo de una maquinaria de reloj. Tic, tac, tic, tac… lo sentía entrar y salir… tic, tac, hormigas caminándome la piel… tic, tac, adrenalina navegándome en la sangre… tic, tac, calor ruborizándome las mejillas… tic, tac, veneno inundándome los sentidos, tic… tac… la luz blanca, la nada, el temblor, la respiración cortada, el orgasmo ¡Carajo! ¡Qué manera de venirme!

He de admitir que me avergüenza un poco tener orgasmos tan intensos con mis clientes. De esas veces que me dejo llevar por el momento y cuando me doy cuenta ya estoy apretando las sábanas y aullando de placer.

Salimos juntos de la habitación cuando terminamos lo nuestro. Caminamos hasta el elevador y bajamos al sótano platicando, como grandes amigos. Él devolvió la llave de la habitación a uno de los chicos del estacionamiento y, caballerosamente, me acompañó a mi coche.

-Me la pasé muy bien- me dijo acomodándome el cabello detrás de la oreja en un gesto casi romántico.

-Yo también- le respondí con honestidad, me paré de puntitas para ponerle un beso en la comisura de los labios, busqué en mi bolso la llave de mi coche, abrí la puerta y, justo antes de subirme, al levantar la vista, vi que en el estacionamiento, saliendo de la recepción, me observaba atónita, como tratando de no dejarse ver o de retroceder para esconderse, la novia de David. Inevitablemente, nuestras miradas se encontraron.

Hasta el jueves

Lulú Petite

 

 

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