"En la habitación 510" Por Lulú Petite

Siempre he pensado que la sexualidad es un derecho. No estoy hablando del amor, que es algo mucho más complejo y, al mismo tiempo, más simple...

Lulú Petite
Viral 26/09/2013 06:19 Lulú Petite Actualizada 07:19
 

Querido Diario:

 

¿Viste la película “Seis sesiones de sexo”? 

Es la historia de Mark O’Brien, un escritor de casi cuarenta años que decide dejar de ser virgen. Enfrenta una dificultad: Está paralizado de los pies al cuello.

Para cumplir su propósito contrata a Cheryl, una terapeuta sexual que lo ayuda a redescubrir su propio cuerpo, entender el de ella y compartir experiencias sexuales que, en más de un sentido, no dejan de ser amorosas.

La película está basada en hechos reales y, no sobra decirlo, es espléndida. A mí, en particular, me llegó hondo. No sólo porque es conmovedora, sino porque me sentí identificada. 

Siempre he pensado que la sexualidad es un derecho. No estoy hablando del amor, que es algo mucho más complejo y, al mismo tiempo, más simple. Hablo de puro y llano sexo, el gusto de sentir la caricia de otro ser humano, el coito, la saliva, el orgasmo. No podemos negarlo, coger es sublime y el placer sexual algo que todos deberíamos conocer, una vivencia necesaria.

Eso pensé al menos cuando vi la película, pero la entendí mejor hace unos días, en la habitación 510. Te voy a platicar lo que me pasó allí: 

De entrada, el martes te conté que me confundí de habitación. Por un error de lo más tonto, en vez de ir a la 510 me metí al cuarto de un señor que ni siquiera me había llamado. De todos modos, tomó el servicio.

Por “amoroso” que sea mi trabajo, no deja de tener un alto porcentaje de rutina en la que a veces se cometen errores y debes manejarlos con la mayor gracia posible. Cuando le llamé al de la 510 para explicarle mi metida de pata sabía que tenía dos posibilidades: me mandaba a la burguer o me esperaba una hora. Era mi error, así que debía apechugar. Afortunadamente decidió ser paciente conmigo. En cuanto me desocupé, tomé un baño y corrí a la habitación acordada. Revisé, ahora sí, tocar en la puerta correcta.

Toc, toc, toc. 

Estaba abierto. Al entrar, encontré a un hombre maravilloso. Joven, inteligente y divertido, digamos que se llama J.J: Tiene una mirada cargada de ternura y un rostro nuevo, casi infantil. Le conté con más detalles las vicisitudes de mi error y nos reímos. Lavé mis dientes, puse música, me senté a su lado en el sillón y comenzamos a platicar.

Me sentía cómoda con él. He de decir, que J.J. tiene un problema en sus piernas que le hace necesitar una silla de ruedas para desplazarse. Claro, eso sólo si lo ves superficialmente, cuando te das la oportunidad de conocerlo, te enteras de que los problemas están en los ojos de quien mira. Si sus extremidades no le ayudan, él ha encontrado el modo de moverse a base de una tonelada de fuerza de voluntad y dos kilos de maña. 

J.J. es un joven profesionista y le va muy bien. Quería darse el gusto de conocerme y me llamó. No soy la primera chica en su cama y, estoy segura, no seré la última. Es un hombre encantador. 

Me acurruqué en su cuerpo y seguimos conversando. Olía muy bien, estaba recién bañado. De algún modo se las arregló para meterse a la ducha. Siempre he dicho que si vas a tener sexo con alguien, el detalle básico de cortesía es estar limpio. No es sólo cuestión de higiene, la limpieza es parte del juego, un cuerpo sucio o que huele mal, hace que una chica sólo piense en irse, un cuerpo limpio la deja concentrarte en venirse.

Su abrazo era cálido y cariñoso, como cuando te arropas en los brazos de un novio y te sientes cómoda, segura, enamorada. Sin más trámites me besó. Sus labios frescos comenzaron a hurgar en los míos, fue bueno. Poco a poco las cosas fueron subiendo de tono. Sin dejar de besarme, metió sus manos debajo de mi falda, acarició mis piernas con una delicadeza parecida a la del amor.

Sus besos, también honestos, viajaban intermitentemente entre nuestros labios, mis hombros, cuello, brazo, senos. A mitad de la conversación estábamos ya en un faje de lo más sabroso. Cuando sus dedos jalaron mi cremallera y la fueron abriendo como piezas de dominó que caen en fila, mi cuerpo quedó desnudo afrente a él. 

Fuimos a la cama. Terminé de desnudarme y, entre besos y apapachos, fui quitándole la ropa poco a poco, buscando su placer, encontrando lo dispuesto que estaba a disfrutar y a hacerme pasar un momento inolvidable. No podría contar a detalle las veces que caminé su cuerpo con mis labios ni la forma exacta en que los suyos repartieron besos desde el cuello hasta mi vientre, de cómo devoró mis pezones ni de lo delicioso que lamió mis piernas. Creo que nos entendimos y lo disfrutamos. Yo la pasé de maravilla y con la esperanza de volver a verlo. 

Decía hace rato que siempre he pensado que la sexualidad es un derecho. Que todos deberíamos tener garantizado el vivir en carne propia la experiencia del sexo. Así lo pensé cuando vi “Seis sesiones de sexo”, pero J. J. me enseñó sin querer lo boba de mi idea. Claro que el sexo es parte de la vida y hay que gozarlo al máximo, pero lo que en verdad es un derecho y una obligación es ser felices. 

Cuando vi la naturalidad con la que J.J. se mueve, la claridad con la que piensa, la alegría con la que vive, asumiendo la situación de su cuerpo no como un problema, sino como una forma de vida, me enamoró. Comprendí, gracias a ese angelito, que a veces le damos demasiada importancia a cosas que no las tienen y nos saboteamos. Cuando dejamos de hacer algo que queremos, cuando teniéndola, dejamos pasar la oportunidad de ser felices, los discapacitados somos nosotros, no quien tiene a plenitud las más importantes de las capacidades, esa que palpita en el pecho y con la que fabricas los sueños. Neta, qué maravilla de hombre es J.J. 

Un beso

Google News - Elgrafico
Temas Relacionados
Lulú Petite

Comentarios