SEMANA DEL TERROR, DÍA 4
La satánica leyenda de 'El Charro Negro', un alma en pena desde tiempos coloniales
Vaga en los caminos cercanos al campo, donde espera al desafortunado viajero, quien no podrá resistirse a la idea de poseer sus monedas de oro
(Foto: Redes Sociales)
Cuando el astro rey se oculta en el horizonte y la luz es consumida por la neblina de la noche, los hombres empiezan a rezar a sus mejores santos, las puertas de las casas son atrancadas y los perros empiezan a aullar enloquecidamente, es porque el Charro Negro anda cerca.
La leyenda nos habla sobre la vida de un hombre que segado por su ambición y avaricia, termina sufriendo una condena del infierno en nuestro mundo, vagando como cobrador de almas y apareciéndoseles a quienes nunca pagaron su deuda con Lucifer.
El nombre de este mítico personaje lo recibe de su vestimenta, un ente demoniaco para algunos, un alma en pena para otros, que porta un gran sombrero oscuro, ataviado con un elegante ajuar negro que tiene incrustaciones de plata, para algunos parecen de oro, y montando un gran caballo, cuales ojos de la bestia se tiñen de un rojo fuego, del mismo que se encuentran en el infierno, para así hurgar en las almas de las víctimas.
Asechando en las afueras de la metrópoli a los viajeros solitarios, que durante la noche se atreven a aventurarse en los caminos que conducen a los pueblos. Afortunadamente los citadinos estamos a salvo de este espeluznante espectro, que con su rostro cadavérico y sus ojos de un rojo sangre, dan a cualquier un susto de muerte.
La historia, surgida alrededor del periodo colonial de nuestro país, relata la vida de una familia humilde de campesinos, donde padre y madre amaban con fervor a su único hijo, pero, por su condición económica, no podían otorgarle de muchos bienes.
Fue así que el niño, con todo y carencias, creció hasta convertirse en un hombre fuerte, y el trabajo físico ensanchó los músculos.
El Charro, ya en su adultez, desarrolló el hábito por vestir pulcra y elegantemente; gustaba de comprar sombreros y trajes caros, pero para eso los días de hambruna se postergaban por un tiempo, con tal de ahorrar el dinero para así lucir bien y olvidar la pobreza de su situación.
Así fue la vida de nuestro protagonista por algunos años, pero tiempo después sus padres enfermaron y como el dinero no alcanzaba para costear las efectivas pero caras medicinas, ambos murieron, dejándolo solo con su miseria, la cual se acrecentó por la tristeza.
Por más que trabajara de sol a sol, por más que labraba los extensos campos con ahínco, y por más que sus manos se ensuciaran de tierra por su ardua labor, su riqueza no incrementaba y su corazón empezó a teñirse de rencor.
Un día, harto ya de la situación, quiso ponerle fin; en un arrebato decidió invocar al mismísimo Diablo para pedirle su anhelada fortuna. No se sabe cómo lo hizo, pero el príncipe de las tinieblas se le apareció, y más temprano que tarde el demonio se dio cuenta de lo que el alma del hombre deseaba. De este modo le ofreció un trato: él le proporcionaría las cuantiosas cantidades de dinero que quería, pero a cambio su alma no le pertenecería más.
Nuestro protagonista, joven y despreocupado en ese tiempo, no se asustó por la presencia del maligno y sin medir las consecuencias que conllevarían, gustosamente aceptó el trato, en el que estipulaba que dentro de algunos años, el Diablo regresaría por él, para reclamar lo suyo. Mientras tanto podría disfrutar de su vida y de las diversiones al gastarse cuantiosas cantidades de dinero.
Fue así como vino el entretenimiento con fiestas, mujeres, alcohol, ropa suntuosa y comida. Sin lugar a dudas el despreocupado joven se la pasó en grande en esa época, pero un sentimiento de soledad profundo reinaba en el alma de nuestro protagonista.
De repente las mujerzuelas no se le antojaban, ni los vinos y la comida cara le satisfacían, y las costosas prendas adquiridas no lo alegraban; su vida empezó a marchitarse por una extraña razón.
Con todo lo vivido, el Charro se olvidó por completo del trato que lo maldijo, el cual estaba próximo a cumplirse, y para que no se olvidara de su deuda, el Diablo hizo de nuevo su aparición, diciéndole que su alma le pertenecería en poco tiempo. Ante esto, el hombre se asustó como nunca, quien en ese momento, se dio cuenta del terrible error que había cometido.
Incitado por el miedo, el Charro tomó su mejor caballo, una bolsa con monedas de oro y su traje más elegante (sin olvidarse de su sombrero favorito) y así huyó de su poblado, para ocultarse del señor del inframundo.
Pero a este último nada se le escapa, y cuando se percató de ello, hizo su presencia nuevamente frente al jinete, al cual le dijo:
-Como veo que vas a faltar a tu palabra cobardemente, te llevaré ahora conmigo, y sufrirás las consecuencias- le dijo el Diablo.
En ese momento, el fiel caballo del Charro trató de defenderlo, realizando patadas a diestra y siniestra para así alejar al demonio, y éste al percatarse de ello, dijo:
-Tu fiel bestia trata de evitar que te lleve conmigo, como veo que la has cuidado bien la llevaré también- afirmó Lucifer.
Y así tomó al Charro por el brazo, y cuando este sintió el contacto frío del Demonio, su piel se le empezó a caer, quedando solo en los huesos. No osbtante, aún con vida, el Diablo le volvió a hablar.
-De ahora en adelante te encargarás de cobrar los tratos de mis otros deudores, y como soy un ser compasivo, dejaré que quien acepte tu bolsa con monedas de oro tome tu lugar, así podrás regresar a tu vida de mortal-.
Y desde ese día, el Charro vaga en los caminos cercanos al campo, donde espera al desafortunado viajero, quien no podrá resistirse a la idea de poseer sus monedas de oro, y así pasar a ser una nueva alma en pena sin ninguna escapatoria.