MAX AUB

EU.– La mesa está puesta en un pequeño apartamento de Chicago. El aroma del pavo, preparado con esfuerzo y cariño, llena el hogar de Adriana Calderón, una madre mexicana que lleva 15 años en el país.

Mientras sus hijos decoran la mesa con dibujos escolares de peregrinos, el ambiente se siente más tenso que festivo. “Estamos aquí para trabajar y darles un futuro mejor a nuestros hijos”, dice Adriana, “pero ahora vivimos con miedo”. Este Día de Acción de Gracias choca con una realidad que pesa sobre millones de indocumentados. 

Adriana, como muchos otros inmigrantes, ha oído las amenazas de deportaciones masivas de Donald Trump. Estas palabras han sembrado temor y desesperanza.

En El Paso, Texas, Carlos Hernández, un jardinero salvadoreño, cuenta a este medio cómo su esposa prepara una cena modesta para su familia. “No hay pavo en la mesa, sólo vamos a tener tamales, pollo y frijoles, pero lo que realmente falta es la tranquilidad”, dice Carlos: “No sabemos si mañana estaremos juntos”; teme que cualquier interacción con las autoridades locales o federales pueda llevar a su detención una vez que Trump inicie su presidencia.

Este Día de Acción de Gracias es diferente para millones en Estados Unidos. Mientras preparan sus mesas y comparten sus alimentos, lo hacen con la incertidumbre de lo que el futuro les depara. 

Las historias de los peregrinos y los inmigrantes modernos son un recordatorio de que, en el corazón de toda migración, está el deseo universal de una vida mejor. Y aunque las circunstancias estén por dar un giro de 180 grados en Estados Unidos, la esencia del Día de Acción de Gracias vive.

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