Malditos días que arden, con el combustible de la desesperación. Malditas horas grises, tristes, en que navegamos los desiertos de una tristeza infinita.
Cuando has crecido entre goteras y perros callejeros, asustado por los relámpagos o con tristeza porque tu madre sollozaba en las madrugadas, no puedes creer en imbéciles de telenovela ni confiar en superhéroes.
“Hay hombres como sombras, que te besan la espalda. Y hay sombras como perros, que te siguen a todos lados. Hay hombres como sombras, que nunca se van”, me escribió alguien en un trozo de papel.